Cementerio Pére Lachaise, una aproximación de Lenin
Solano a lo policial terrorífico
Por Fernando Morote
¿Presencia
sobrenatural o respuesta espiritual de artistas perturbados en su lecho eterno?
Todo es posible en esta versión que Lenin Solano entrega del Pére Lachaise, un cementerio
que al parecer ostenta el tétrico poder de comerse vivos a quienes osan
perturbar el descanso de sus huéspedes, sin importar la procedencia, incluso
legal, de los profanadores.
Desde
su primera novela, “No le reces a los muertos” publicada en el 2011, Lenin
Solano ha mostrado su preferencia por el género policial, enriquecido esta vez
por una sustanciosa dosis de terror. “Cementerio Pére Lachaise” exhibe una
combinación bien elaborada de ambos elementos.
El
hábil flujo narrativo rápidamente enciende el interés de quien decide ingresar
con el autor a las entrañas del emblemático camposanto parisino. La descripción
física del lugar, incluyendo la vegetación y fauna circundantes, así como su
ubicación dentro de la ciudad, los antecedentes de su construcción y la mención
de sus residentes más célebres sirve como introducción del edificio en su
calidad de personaje principal y constituye una herramienta eficaz para situar
al lector en el escenario donde se desarrollan los hechos.
Inmediatamente
se suceden una serie de horrendos crímenes, ejecutados con extrema crueldad:
una pareja irlandesa de recién casados que cumplen una fantasía sexual sobre la
tumba de Oscar Wilde, cuatro estudiantes que planean un juego de ouija ante la
lápida de Moliére, dos indigentes alcohólicos que buscan refugio junto a los
restos de Edith Piaf, un par de inmigrantes centroamericanos que al abrigo del
sepulcro de Miguel Ángel Asturias confiesan mutuamente sus pasados de violencia
y pandillas.
Los
continuos giros y las inagotables contramarchas que envuelven la investigación
policial a cargo de dos oficiales de origen peruano contribuyen a crear la
atmósfera de misterio que rodea las terribles muertes. El examen de pistas, el
seguimiento a sospechosos, la consideración de posibles teorías, el surgimiento
de nuevas dudas, la aparición de serias contradicciones, la evaluación de
detalles en los cuerpos torturados fungen como vehículo exitoso para lograr
este propósito.
La
novela está dividida en dos partes. La primera, mediante capítulos alternados, muestra
a las víctimas antes de que pierdan la vida y luego la forma en que las
autoridades las encuentran asesinadas. La segunda revela los pormenores de los
brutales ataques y deja sin definir claramente la suerte de los agentes involucrados,
lo cual contribuye a reforzar la intriga que marca el tono de la historia hasta
el desenlace.
Los
títulos de cada capítulo simbolizan un inteligente preludio para el segmento
narrado y son complementados de manera efectiva por sendos epígrafes con citas
de novelistas, poetas y filósofos,
El
uso de los diálogos como recurso para proveer información y apuntalar los cuadros
es notable. Aunque en el curso de la lectura queda la sensación de que algunos
de ellos pudieron ser mejor logrados. En más de una ocasión se alcanza a
percibir que no corresponden a la naturaleza de los personajes. Los policías exhiben
un lenguaje demasiado popular, exento de jerga técnica -que debería existir
aunque fuera en grado mínimo, tratándose de una novela enmarcada en el género- salvo ciertas expresiones comunes. Los
pordioseros -ladrones de joyas por añadidura- desenvuelven un vocabulario
propio de personas cultas. Los pandilleros centroamericanos tampoco se expresan
como tales. Los recién casados y los estudiantes suenan algo forzados, quizás
excesivamente formales.
Sobresale
un episodio, cuando se suscita una pelea entre los mendigos ebrios, en que no
se logra distinguir a quién pertenece la voz del que habla. Es el tipo de
ambigüedad deliberada que resulta un acierto antes que una falla.
La
pulcra edición de Altazor, ofreciendo ciento cincuenta páginas cuidadosamente impresas con
material de alta calidad, confirma el auge y la seriedad con que vienen
trabajando ciertas editoriales independientes en el Perú.
Lenin
Solano, además docente y promotor cultural radicado en París, se halla en viaje
constante entrevistando y difundiendo la obra de otros escritores. Con “Cementerio
Pére Lachaise” ha realizado una admirable y meticulosa tarea de exploración
policial en la que él mismo se asume como el detective responsable.
Su
principal mérito: arrojarse con audacia, apoyado en su talento, a batir el
desafío.
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