Cincuenta sombras de Grey: ficción, erotismo y Banalidad*
There
is no pornography without a secrecy.
D.H. Lawrence.
Visitando la ciudad de Crozon, situada en una
enorme y silenciosa bahía al norte de Francia, en la región Bretona, me
encontré con la novedad de que más de uno de mis anfitriones franceses
comentaba con vehemencia el éxito comercial global de Cincuenta sombras de Grey (Vintahe Español, 2012) de la autora
inglesa E.L. James. “Es una novela erótica sobre sado-masoquismo, escrita por
una mujer para las mujeres”, me dijeron.
“¡Es un éxito!” Corearon varios. Viniendo los comentarios de franceses
que deberían conocer el impacto cultural
y literario de las obras de ficción sexual de mujeres como Pauline Rèage (Histoire d’O, 1954), Jean de Berg (L’image, 1956), Anaïs Nin (Little Birds, 1974), presté atención,
confesé mi ignorancia y pedí referencias.
Cuarenta millones de ejemplares vendidos en el
mundo. Es el libro de venta más rápida en su versión económica impresa y
el más vendido en su versión digital en
(cerca del millón). Las ventas han sobrepasado las expectativas de la editora
Random House y motivado que se le asigne un bono de 5000 dólares a cada
trabajador. Ha sido traducido a 31
idiomas, incluido el castellano, croata, japonés y el finlandés. En las redes
sociales las mujeres siguen los avatares amorosos de los personajes y
expresan sus preferencias sobre los
posibles actores y actrices para la versión fílmica. Se vende t-shirts con textos a alusivos al
sado-masoquismo (“relájate y obedece”), se vende ropa interior alusiva al libro
y se puede adquirir el disco compacto con la música clásica mencionada en el
libro. Plomo (grey) es el color
recomendado para decorar no sólo el dormitorio, sino toda la casa. Incluso se
sospecha que el incremento de las ventas de sogas en algunas ciudades de los
Estados Unidos es debido a este libro.
En pocas palabras, 50 sombras...
se ha covertido, en muy poco tiempo y con la rapidez que el mundo digital lo
permite, en un fenómeno cultural y de mercado excepcional. ¡Felicitaciones a la
autora! ¡Bien hecho!, les dije.
En los días siguientes, puede ver el libro en
el escaparate de la única librería del pacífico pueblito de Crozon. Posteriormente,
siguiendo mi periplo francés, encontré el libro en las librerías de
ciudades más grandes y cosmopolitas como
Tours, Nantes y París y hasta en una obscura librería en la estación de tren de
Quimper.
Si bien no estaba en mi lista inmediata de
lecturas, tanta algarabía me despertó la curiosidad y bajé la novela a mi Kindle. Después de todo - pensé - sería
una buena lectura para mejorar las condiciones de mi vuelo de regreso a los
Estados Unidos y relajarme ante la presencia amenazadora de la tormenta Sandy.
Durante el vuelo, me enteré que Sandy no sería problema. Ya había arrasado New
York y se alejaba de mi puerto de
entrada, Washington D. C. Me quedaba entretenerme con Cincuenta sombras..., ya sin otra tensión que arreglar mi cuerpo
largo a la estrechez de mi silleta de vuelo por nueve horas. Sin embargo, por
más que me esforzaba por avanzar en la línea narrativa de la obra de E.L. James
y habiendo agotado 60 % de ésta, el aburrimiento me alargaba las horas de vuelo
miserablemente.
La autora describe su trabajo como "romances provocativos” y “romances para
adultos” pero lo que ofrece realmente es la búsqueda del amor de la
Cenicienta, el coqueteo femenino de un joven mujer no muy segura de sus
atributos y las demandas de sexo sui generis del príncipe plomo (Grey).
Los críticos literarios han sido un poco más virulentos. Su trabajo ha sido
llamado “porno para amas de casa”, “porno para las mamás” (aunque mi hijo de 16
años lo tildó de “porno para las abuelitas”), y “Barbie porno”. The Guardian señala que el libro ni
siquiera llegó a estar entre los finalistas del Bad Sex Award 2012 debido a que no cumple con el primer requisito:
ser una obra literaria.
Otros críticos (Jessica Reaves del Chicago Tribune) van más al detalle y
consideran que el tema en sí no descalifica al libro, porque hay varios
ejemplos de obras de ficción sexual con calidad literaria escritas por mujeres.
El problema es la calidad de lo escrito.
En este sentido, la pobre presentación
estereotipada de los personajes, su relación poco creíble, el desarrollo de la
acción obvia y predecible, diálogos bobos, lo repetitivo en la
descripción de la excitación sexual, ausencia de imágenes, el uso metáforas
dignas de niños de primaria y por
último, la ausencia de drama y la tacañería en la construcción de frases dignas
de recordarse. En las secuencias de la relación entre los dos personajes
principales (Anastasia y Christian) todo es externo, bonito, aburridamente
presentado de color rosa, pero un poquito más
picante para venderse en los
supermercados.
El argumento de la obra podría resumirse así:
chica educada, virgen a los 21 años – en contra de las estadísticas sobre la
sexualidad juvenil en los Estados Unidos e Inglaterra[1] - con un ego disminuido, encuentra al príncipe
azul (o grey, plomo). [2]Al príncipe le gusta hacer sentir que él es
príncipe. “No me toques”, “te vienes cuando yo quiera” “te vistes como yo
quiera”, “tú eres mía, yo no soy tuyo”, “me gusta controlar”. A la moderna Cenicienta le gusta y se
sorprende de la sexualidad de Christian, pero quiere “algo más”.
El paradigma (o construcción
social) usado es que en una relación heterosexual, la mujer busca amor y
compromiso, mientras el hombre busca sexo (en el caso de Christian, sexo kinky).
La doncella que a las 21 años todavía es virgen
sexual y orgásmica, hace de Anastasia una chica post-moderna especial. Se
siente en desventaja con respecto al
resto de sus congéneres. Ella no
se siente sexi como Kate, su compañera de habitación. Para acceder al placer de
mujer adulta que quiere dar placer, ser deseada y recibir placer tiene que
firmar un contrato. Aquí la autora mal gasta su tiempo y del lector con los
detalles del contrato, que es el recurso
para hacer “legal” el acto de sumisión (¿réplica del compromiso matrimonial?),
admisible, respetable y seguro. El resto de la historia es darle relleno
moderno y decorativo a una relación entre estereotipos sacados de una revista
de SM para ser presentada a las girl
scouts.
Para pintarla como una mujer joven de nuestros tiempos, no es casual que
Anastasia escriba correos electrónicos coquetos, (el general Petreous y su
amante saben de este poderoso instrumento de calentamiento a distancia; los sex-texting es una manía generalizada entre los jóvenes del siglo
XXI). Ella usa su MacBook (“cacharro infernal”), su IPod, escucha música de Britney Spears, pone especial atención a
la marca del carro, a la alfombra cara, a la calidad de la ropa de su príncipe
(“me ha dejado uno de sus bóxer de algodón, de Ralph Lauren, nada menos.”) y a
los vinos caros que el galán le ofrece con displicencia seductora. Ella es la
Cenicienta moderna.
Christian Grey, el príncipe plomo, es la
imagen de Ken, el novio de la Barbie. Ken es
el muñeco inalcanzable, frío, distante y robótico creado por Mattel Inc.
y que las mujercitas ahora adultas, todavía sueñan en Cincuenta
sombras... Esta imagen del novio ideal ha sido globalizada y se puede
encontrar en todas partes el mundo y se ha ido reciclando de según el ambiente
cultural desde su introducción en 1961. Por ejemplo, en 2011 se lanzó una
versión de Ken para adultos coleccionistas. Los muñecos de Mattel tienen vida
propia. Ken y Barbie tienen desencuentros amorosos como cualquier otra pareja.
Se separan, se juntan, el no quiere casarse. En la versión de E.L. James,
Ken-plomo-Christian Grey- le gusta darle nalgadas a su amante
y no quiere comprometerse más allá de su contrato de gustitos sexuales.
La autora recurre a la “diosa que llevo
adentro”, como la voz de la conciencia y lo formal de Anastasia que le hace
llamados de atención ante su comportamiento ambivalente. Esta diosa, presumiblemente usada para crear
drama, no logra alcanzar ese objetivo.
Es unilineal, aparece y desaparece
convenientemente. No le crea conflicto más allá de “yo te lo dije”, tal cual su
madre se lo diría, o salta llena de
alegría pueril cuando Anastasia se apunta un gol efímero en sus coqueteos con
Christian. Pero el lector no sabe nunca que arquetipo de diosa está dentro de
Anastasia: ¿Afrodita, Hermis, Athena...? ¿Una combinación de todas? Esta voz
interior es más bien la imagen del genio
de la botella o el hada madrina en la versión de Walt Disney.
El éxito de Cincuenta
sombras... radica en usar imágenes ya conocidas e interiorizadas por algunas
mujeres actuales para hacerlas entrar en el sado-masoquismo de salón. Ese
que hace que los asuntos en la cama sean un poquito más interesantes. La
señora E.L James no quiere escandalizar a nadie, sólo utilizar los íconos
aceptados y pintarlos modernamente con un tenue barniz bizarro, pero aceptable
y presumiblemente de buen gusto. Después de todo, a qué mujer no le gustaría un
poquito de sal y pimienta durante el sexo que les permita tener orgasmos más
frecuentes, y un helicóptero (unicornio) para ser llevada a su cita amorosa.
La
trilogía de James no pretende llevarnos a buscar el camino de la transgresión
que sigue “O” (cuánto de mí voy a negar, para arribar a un estado casi místico
de entrega al otro) sino contar un cuento de hadas con el cual se identifique
la mujer promedio sobre la base de fantasías pueblerinas retrogradas: ¿A qué
chica no le gustaría tener un novio millonario, educado, bonito, bien dotado,
físicamente perfecto, bien vestido, que le dé regalos caros? ¿Qué chica joven
no le hubiera gustado tener orgasmos en su primer acto sexual?[3]
Quizá el mérito de este libro sirve para probar que sofisticadas técnicas de marketing (la autora se desempeña como ejecutiva de televisión)
desde su concepción hasta su venta en una trilogía, funcionan. Parte de este proceso es hacerlo
asequible en su versión digital. Ahora la novelita romántica y un poco kinky , puede leerse con privacidad
necesaria. Esto, según algunos comentaristas, ha ayudado al público femenino,
al cual estarían catalogando de cucufato, a leer “romances para adultos” sin
que nadie se entere de que son personas sexuales. Darle a las audiencias
femeninas poco sofisticadas – el gran mercado – lo que quieren leer, es el mérito de este libro. Pero
esto no la convierte en una obra de ficción de calidad (nunca fue su
objetivo), ni una obra de ficción sexual
que cumpla su cometido. Basta aquí recordar que Anaïs Nin, fue parte de un
grupo de poetas que se dedicó a escribir erotismo por necesidad, pero que su
obra ha ido más allá del tema y de su venta, para quedar como una obra
literaria de calidad. Por más que el
lector lo intente, no podrá encontrar ninguna frase amigablemente literaria
digna de recordase en Cincuenta sombras.
Anaïs Nin podrá decir:
“The little clitoris
stiffens like a nipple. My head between her two legs is caught in the most
delicious vise of silky, salty flesh”.
E.L. James dirá:
“Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las
piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris.
Dios...”.
Si la función de la ficción es reinventar la
realidad - mentir, como lo llamaría Mario Vargas Llosa- la ficción de la señora James es poco creíble,
o doblemente mentirosa. En la ficción, la verdad de los hechos se transforma
pero siempre hay un referente que el lector puede identificar en la vida real.
Es es puente por el cual transita la dicotomía realidad/ficción y donde la
literatura ejerce su hechizo En Cincuenta
sombras... no hay ese referente básico. La realidad sin ficción de la que
se parte es ya una mentira a secas. Esto debido a que sus personajes son
modelos mediáticos y de escaparate, arlequines ya mentirosos, antes de ser
ficcionalizados. Siguiendo a MVLL sobre la relación ficción-verdad: “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente”.
Para llegar
a ser una obra de ficción sexual, la novela tendría que haber entrado en
el otro lado de la sexualidad: aquel en
que parece lo prohibido, lo misterioso, lo transgresor, la búsqueda del placer
en circunstancias catalogadas anormales
pero muy íntimas y sin mencionar repetidamente que lo que está sintiendo
la protagonista es “erótico”. Al no
estimular la imaginación intuitiva del
lector cuando se presenta la descripción de lo estrictamente sexual, no
hay espacio para la asimilación
imaginada de texturas y la exacerbación de otros sentidos. Todo se queda a nivel fotográfico de un voyerismo plano.
Las relaciones de poder que sí se dan en la
tranquilidad del dormitorio de las parejas, aquí se presentan desde la
perspectiva de un modo de vida del protagonista. Pero él no es transgresor, él sigue mandando en la
cama tal y como manda a sus empleados de exitoso imperio comercial. Ken-Christian-plomo,
no puede dejar de jugar su papel de niño rico. Al contrario de la Historia de “O”, donde la presencia
masculina es fuerte por las demandas y etérea en su historia personal, casi
fantasmal, Cincuenta sombras... pone
al centro a príncipe plomo y sus caprichos.
Hay otros alcances dignos de resaltar en esta
trilogía. El primero es obvio: dada la
permisividad sexual de nuestros tiempos, quizá ahora se pueda intentar
algo más en la privacidad del dormitorio
de las parejas al presentarse el sado-masoquismo como juego sexual sin un carácter subterráneo; segundo, la exquisita música clásica que la autora
presenta en la novela es algo digno de admirar y se puede conseguir en el
Internet. Sin embargo, como el lector se dará cuenta, ambos logros, no son
literarios.
*Luis Fernandez
Zavala, Ph.D. Reside en Santa Fe, New Mexico. Autor de El guerrero de la espuma
y otras tantas despedidas.(Pukiyari editores, 2014). Disponible en
Amazon.com y Peruebooks.
[1] En USA, según el Centre for Decease Control and Prevention,
76 % de las mujeres entre 17-18 tienen sexo; el porcentaje es mayor en el grupo
de 20 a 24 años (81 %). El grupo de edad de Anastasia. En Europa, Inglaterra
tiene el porcentaje más alto de actividad sexual (40 %) del grupo femenino
quinceañero.
[3] Mientras
que 75 % de los hombres siempre alcanzan el orgasmo, sólo 29 % de las
mujeres lo obtienen durante el coito. Esto en circunstancias normales y no
estresantes como la desvirginación. National Health and Social Life Survey.