Revista Contra Estudio

sábado, 14 de marzo de 2015

El último tango de Salvador Allende, por Roberto Ampuero: un extraño cambalache *

       

Estando en el norte de Francia, amigablemente hospedado, pero con muy pocas posibilidades de gozar del paisaje playero que me circundaba dada la cercanía del invierno, decidí tomar por asalto la extensa biblioteca de mi anfitriona. Entre las inumerables obras de literatura francesa, revistas de cultura y la colección completa de Asterix y  de Tin Tin, de repente, casi misteriosamente, encontré un libro en español: El caso Neruda (Random House, 2012) del escritor chileno Roberto Ampuero (autor, guionista, profesor universitario, ministro de la Cultura y embajador  en México durante el gobierno del presidente Sebastián Piñera).

Quedé tan gratamente impresionado por agilidad y contextualidad de la obra, la presentación del detective en ciernes Cayetano Brulé y los vericuetos en los que navega para descubrir el secreto de Neruda, que cuando recientemente llegó a mis manos  El último tango  de Salvador Allende (Random House, 2012) ya sin el ventorrero de playas bretonas, pospuse otras lecturas pendientes y me sumergí en esta  obra, anticipando el mismo placer que obtuve leyendo  El caso Neruda.

El título  muy sugerente, me ubicó inmediatamente en el contexto de la historia: los últimos días de la vida de Salvador Allende, su última “danza” antes de su inmolación trágica. Sin embargo, algo que yo pensaba era una manera alegórica de entrar a la historia  dando cuenta de los detalles, conflictos y contradicciones de un líder carismático encerrado en toda su soledad política y personal, se desinfló muy rápidamente ya que la novela se queda en lo anecdótico de las escapadas de Allende para irse a bailar tango en medio de la crisis social y política que envolvía a Chile en 1973. El presidente de los chilenos, líder de la Unidad Popular y de una propuesta de socialismo en democracia, de repente  de “argentiniza”, se enamora de los compases arrabaleros del tango, muestra su predilección por la lírica revolucionaria (?) de algunos tangos  y sin saber bailarlo, se da un baño nocturno de masas, más preocupado que no lo reconozcan que por los derroteros de su gobierno.

¿Quién es Salvador Allende para Ampuero?

Según Ampuero, con esta novela se quiere  presentar el lado humano de Allende. En la voz de Cachafaz o Rubio, un ex-anarquista devenido en su cocinero-guardaespaldas-confidente, el lector aprenderá que Salvador Allende es un desclasado sibarita y sensualista que habla bonito y que viste mejor. Es un tipo disciplinado y preocupado por la democracia y la institucionalidad, pero también un idealista amarrado a sus principios y utopía, sin conección con ese pueblo que pretende defender. 

¾¿Y entonces qué van a comer los compañeros pobladores para las once? ¾ Me preguntó con seriedad.
¾Tecito puro, nomas, pues, presidente, Y eso si es que queda aun tė en los almacenes,
¾¿Y pan?¾
¾Pero si noy harina, presidente, ¿qué quiere que amase?


¾Hay que combatir el mercado negro, compañero ¾dijo el presidente¾. Por ahí el enemigo nos puede liquidar.

El Presidente no conoce o no siente las necesidades inmediatas de su pueblo y da una respuesta de retórica abstracta, vacía de contenido, que no llega a ser una consigna política porque ésta requiere conocer lo que esta pasando y Allende aparece bastante desubicado jugando el ajedrez de la política desde su encierro en La Moneda y Tomas Moro.

 El Doctor descubre el tango a través de Cachafaz durante las tertulias sostenidas después de sus  intensas jornadas desplegadas como presidente.   Le pregunta a Rufino en una de estas veladas de comiditas engreidoras y whisky, si el tango tiene letras revolucionarias y no solo sobre el desamor y el pesimismo.  

¿De verdad hay tangos revolucionarios? ¾Pregunto el Doctor.
Me interesan los tangos políticos, como Discépolo.

Discépolo (1901-1951), creador del tango Cambalache (“El mundo es y será una porquería...), fue un compositor que a pesar de las críticas de sus pares, defendió el peronismo desde sus programas radiales y fue conocido como el “filósofo del tango”. En algún momento le tocó defender públicamente su posición política con las siguientes palabras: “La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria”.


De esto no se enteran los lectores. Se asume, equivocadamente, que todo el mundo sabe quién fue Discépolo y cuál fue su relevancia en el enrevesado camino entre política y canto popular en Argentina, no se le contextualiza,  ni se intenta inmiscuir su lírica con lo que que está pasando en la novela.
                  
Rufino se auto define como un  amante del tango que conoce de orquestas y cantantes famosos de los años 30, 40 y 50 y nos llena de nombres y títulos tratando educar al Doctor. Rufino menciona la música  que escuchaban en sus noches confidentes,  pero no informa al lector de qué se trata el tango. Este solo es una cortina musical que muy bien pudiera haber sido cubierta con tangos, boleros o danzones. Según el Doctor, a Cachafaz le gusta el tango desde sus días de trabajador porteño en Valparaiso  porque le recuerda a Grisel, su amor perdido: el tango le trae nostalgia. Para  Cachafaz, el Doctor solo acepta los tangos revolucionarios y orquestados porque no quiere inmiscuirse en las emociones del amor: pena, nostalgia, angustia, desamor, al margen de que el tenga sus amantes. En el fondo, Allende es acusado de diletante y ambivalente, siempre viviendo en dos mundos. Allende le responderá:

            ¾Soy un político, compañero ¾afirmó al rato sin entusiasmo¾. Un hombre lleno de sueños y utopías, pero agobiado por el destino de su pueblo y de América Latina. Es entendible que como presidente revolucionario no pueda dedicar tiempo a esas letras romànticas, compuesta por, y discúlpeme que se lo diga con todo respeto, compañero, compuestas a menudo por llorones medio amariconados, que no se atreven a cambiar las cosas de raíz.

            En sus propias palabras Allende es presentado como absorbido por su propia utopía que no le da tiempo para las emociones amorosas que tilda de mariconadas pero además, confunde los planos entre el amor de pareja y la utopía revolucionaria. Otra vez, Salvador Allende aparece más perdido que clavo en el desierto de Atacama.


Ninguno de los protagonistas (y por lo tanto, los lectores) se enteran de algunas de las más poderosas líricas que expresan un malestar sobre lo que el capitalismo estaba trayendo a principios del siglo XX. No se puede aprender nada sobre estas composiciones musicales que  expresan una visión popular de la historia y de las emociones, porque no se habla de ellas.

Para el caso del grueso de la tanguería de la novela, la selección de la lírica  es superficial y pobre, un recurso cinematográfico mal usado: el tango es la cortina musical, pero la selección de la lírica  no va paralela a  los acontecimientos, ni acompaña con dramatismo las emociones de los protagonistas. El espacio simbólico que explicaría la genética cultural de los tangos mencionados no está presente.

            Ampuero no solo quiere presentar el lado humano de Allende, sino también el lado humano de la CIA con la presencia de David Kurtz , un ex-agente de la CIA que contribuyó a desestabilizar el gobierno de Allende. Kurt, ya jubiliado y viviendo en los Estados Unidos, aparece como un gringo promedio que busca reconstruir los pasos de la vida de su hija cuando vivían en Chile. Ella le pide, antes de morir de cáncer que lleve sus cenizas y un cuaderno escolar con la cubierta de Vladimir Ilich Lenin un tal Hanibal en Chile.  La búsqueda de Hanibal le da y un tono  detectivesco a la trama desarrollada por Ampuero y despierta  la curiosidad del lector para determinar cuando la narración de Cachafaz y la de Kurtz  se van a cruzar.   

Kurt es la voz que describe a Chile después de veinte años de sucedido el golpe militar y que tiene sus momentos de arrepentimiento o por lo menos de duda, sobre lo que hizo como agente de la CIA.  Él propone que  los chilenos deberían olvidar ese capítulo sangriento y bárbaro de la historia chilena porque el “olvido es el alero bajo el cual palpita  la convivencia. No lo digo solo por este país, sino por el mio, que también, quizá como todos, ha sido construído sobre el olvido.”

El peso de la narración lo lleva la voz a veces tierna y a veces ingenua  y simplona de Cachafaz. A través de él, conocemos los gustos sibaritas de Allende  y sus deslices tangueros. Pero también  a través de él conocemos una forma de percibir la historia del debacle del gobierno de Allende. Su visión es pragmática e inmediatista  que lo lleva cuestionamientos y conclusiones  un tanto sui generis, por ejemplo al  poner en el mismo nivel de desconfianza a Pinochet  (de manos muy cuidadas) y a Fidel Castro, (que tiene también las manos rosadas). Por contraste, la voz del ex-espía Kurtz es más distante de los hechos y brinda el contexto externo antes y después del debacle. Su voz que es la permite juzgar a los chilenos exiliados,  al partido comunista chileno y reflexionar sobre Chile en democracia desde de afuera.

El lenguaje usado para cada uno de los personajes principales esta bien definido y diferenciado. Cachafaz habla simple y directo, el Doctor tiende a hablar como dignatario y el ex-espía Kurtz tiene un lenguaje ascėptico, distante, de turista.  En general, no hay un retórica  que llame la atención o distraiga al lector, por lo tanto es fácil seguir la trama de la novela  y su estructura no lineal.

La estructura de la novela con secciones o capítulos cortos que no necesariamente  siguen una línea temporal  consecutiva o que intercala la historia de uno y otro personaje, brinda agilidad a la narración sin perder el hilo central.

El último tango… pretende ser una narración sobre el  lado humano de Allende, no una historia política. El problema que se le presenta al lector educado es determinar qué es lo humano de esta historia.  Roberto Ampuero no un escritor improvisado (cuenta con más de catorce novelas publicadas entre 1983 y 2012) y sabe cautivar la atención del lector, por lo tanto logra el objetivo de ser aceptado por un masivo público. Su narrativa es sencilla y bien estructurada. Sin embargo, la revista digital The Clinic cree que a pesar de su carácter de bestseller en su país, “El último tango de Salvador Allende es, desde su tópico hasta su desarrollo, una novela floja. Perezosa. Sin embargo, es primera en ventas en Chile. Una mina de oro. Una prueba más de que el sistema literario está fracturado; que la coincidencia entre eso tan subjetivo a lo que se le llama calidad, y masividad, es, en la realidad, casi inexistente.

La batalla político-cultural para capturar  la imagen  de Salvador Allende para la posteridad y  la memoria colectiva – de la cual forma parte esta novela -,  sigue su curso en Chile después de 41 años. Curiosamente, en diciembre de este año se estrenará  la película Allende en su laberinto del director Miguel Littin. Tal como lo anuncian, se trata sobre las últimas siete horas  de Allende; la versión para la tv en formato de mini serie será un poco más extensa y presentará a Allende como líder, padre, amigo y amante (sin tangos).
     


* Luis Fernández-Zavala Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, Pukiyari 2014, en Amazon com y Peruebooks.com

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