Estando en el norte de Francia, amigablemente hospedado, pero con muy
pocas posibilidades de gozar del paisaje playero que me circundaba dada la
cercanía del invierno, decidí tomar por asalto la extensa biblioteca de mi
anfitriona. Entre las inumerables obras de literatura francesa, revistas de
cultura y la colección completa de Asterix y
de Tin Tin, de repente, casi misteriosamente, encontré un libro en español:
El caso Neruda (Random House, 2012)
del escritor chileno Roberto Ampuero (autor,
guionista, profesor universitario, ministro de la Cultura y embajador en México durante el gobierno del presidente
Sebastián Piñera).
Quedé tan gratamente impresionado por agilidad y contextualidad de la
obra, la presentación del detective en ciernes Cayetano Brulé y los vericuetos en
los que navega para descubrir el secreto de Neruda, que cuando recientemente llegó
a mis manos El último tango de Salvador Allende (Random House, 2012) ya sin el ventorrero de playas
bretonas, pospuse otras lecturas pendientes y me sumergí en esta obra, anticipando el mismo placer que obtuve
leyendo El caso Neruda.
El título muy sugerente, me ubicó
inmediatamente en el contexto de la historia: los últimos días de la vida de
Salvador Allende, su última “danza” antes de su inmolación trágica. Sin
embargo, algo que yo pensaba era una manera alegórica de entrar a la historia dando cuenta de los detalles, conflictos y
contradicciones de un líder carismático encerrado en toda su soledad política y
personal, se desinfló muy rápidamente ya que la novela se queda en lo anecdótico de las escapadas de Allende para irse a bailar tango en medio de la
crisis social y política que envolvía a Chile en 1973. El presidente de los
chilenos, líder de la Unidad Popular y de una propuesta de socialismo en
democracia, de repente de “argentiniza”,
se enamora de los compases arrabaleros del tango, muestra su predilección por
la lírica revolucionaria (?) de algunos tangos y sin saber bailarlo, se da un baño nocturno de
masas, más preocupado que no lo reconozcan que por los derroteros de su
gobierno.
¿Quién es Salvador Allende para
Ampuero?
Según Ampuero, con esta novela se quiere presentar el lado humano de Allende. En la voz
de Cachafaz o Rubio, un ex-anarquista devenido en su cocinero-guardaespaldas-confidente,
el lector aprenderá que Salvador Allende es un desclasado sibarita y sensualista
que habla bonito y que viste mejor. Es un tipo disciplinado y preocupado por la
democracia y la institucionalidad, pero también un idealista amarrado a sus
principios y utopía, sin conección con ese pueblo que pretende defender.
¾¿Y
entonces qué van a comer los compañeros pobladores para las once? ¾ Me preguntó con seriedad.
¾Tecito puro, nomas, pues, presidente, Y eso si es que queda aun tė
en los almacenes,
¾¿Y pan?¾
¾Pero
si noy harina, presidente, ¿qué quiere que amase?
…
¾Hay
que combatir el mercado negro, compañero ¾dijo
el presidente¾. Por ahí el enemigo nos puede liquidar.
El Presidente no
conoce o no siente las necesidades inmediatas de su pueblo y da una respuesta de
retórica abstracta, vacía de contenido, que no llega a ser una consigna política
porque ésta requiere conocer lo que esta pasando y Allende aparece bastante
desubicado jugando el ajedrez de la política desde su encierro en La Moneda y
Tomas Moro.
El
Doctor descubre el tango a través de Cachafaz durante las tertulias sostenidas
después de sus intensas jornadas desplegadas
como presidente. Le pregunta a Rufino en
una de estas veladas de comiditas engreidoras y whisky, si el tango tiene
letras revolucionarias y no solo sobre el desamor y el pesimismo.
¿De verdad hay tangos
revolucionarios? ¾Pregunto el Doctor.
…
Me interesan los tangos
políticos, como Discépolo.
Discépolo (1901-1951), creador del tango Cambalache (“El mundo es y será una porquería...), fue un compositor
que a pesar de las críticas de sus pares, defendió el peronismo desde sus
programas radiales y fue conocido como el “filósofo del tango”. En algún
momento le tocó defender públicamente su posición política con las siguientes
palabras: “La
verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron
como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva
Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los
tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria”.
De esto no se enteran los lectores.
Se asume, equivocadamente, que todo el mundo sabe quién fue Discépolo y cuál
fue su relevancia en el enrevesado camino entre política y canto popular en
Argentina, no se le contextualiza, ni se
intenta inmiscuir su lírica con lo que que está pasando en la novela.
Rufino se auto define como un amante del tango que conoce de orquestas y
cantantes famosos de los años 30, 40 y 50 y nos llena de nombres y títulos tratando
educar al Doctor. Rufino menciona la música que escuchaban en sus noches confidentes, pero no informa al lector de qué se trata el
tango. Este solo es una cortina musical que muy bien pudiera haber sido
cubierta con tangos, boleros o danzones. Según el Doctor, a Cachafaz le gusta
el tango desde sus días de trabajador porteño en Valparaiso porque le recuerda a Grisel, su amor perdido:
el tango le trae nostalgia. Para Cachafaz, el Doctor solo acepta los tangos
revolucionarios y orquestados porque no quiere inmiscuirse en las emociones del
amor: pena, nostalgia, angustia, desamor, al margen de que el tenga sus
amantes. En el fondo, Allende es acusado de diletante y ambivalente, siempre
viviendo en dos mundos. Allende le responderá:
¾Soy un
político, compañero ¾afirmó
al rato sin entusiasmo¾. Un
hombre lleno de sueños y utopías, pero agobiado por el destino de su pueblo y
de América Latina. Es entendible que como presidente revolucionario no pueda dedicar
tiempo a esas letras romànticas, compuesta por, y discúlpeme que se lo diga con
todo respeto, compañero, compuestas a menudo por llorones medio amariconados,
que no se atreven a cambiar las cosas de raíz.
En sus propias palabras Allende es presentado
como absorbido por su propia utopía que no le da tiempo para las emociones amorosas
que tilda de mariconadas pero además, confunde los planos entre el amor de
pareja y la utopía revolucionaria. Otra vez, Salvador Allende aparece más perdido
que clavo en el desierto de Atacama.
Ninguno de los protagonistas (y por lo tanto, los lectores) se enteran
de algunas de las más poderosas líricas que expresan un malestar sobre lo que
el capitalismo estaba trayendo a principios del siglo XX. No se puede aprender
nada sobre estas composiciones musicales que expresan una visión popular de la historia y
de las emociones, porque no se habla de ellas.
Para el caso del grueso de la tanguería de la novela, la selección de la
lírica es superficial y pobre, un
recurso cinematográfico mal usado: el tango es la cortina musical, pero la
selección de la lírica no va paralela a los acontecimientos, ni acompaña con
dramatismo las emociones de los protagonistas. El
espacio simbólico que explicaría la genética cultural de los tangos mencionados
no está presente.
Ampuero no solo quiere presentar el lado humano de Allende, sino también
el lado humano de la CIA con la presencia de David Kurtz , un ex-agente de la
CIA que contribuyó a desestabilizar el gobierno de Allende. Kurt, ya jubiliado y
viviendo en los Estados Unidos, aparece como un gringo promedio que busca
reconstruir los pasos de la vida de su hija cuando vivían en Chile. Ella le
pide, antes de morir de cáncer que lleve sus cenizas y un cuaderno escolar con
la cubierta de Vladimir Ilich Lenin un tal Hanibal en Chile. La búsqueda de Hanibal le da y un tono detectivesco a la trama desarrollada por
Ampuero y despierta la curiosidad del
lector para determinar cuando la narración de Cachafaz y la de Kurtz se van a cruzar.
Kurt es la voz que describe a Chile después de veinte años de sucedido
el golpe militar y que tiene sus momentos de arrepentimiento o por lo menos de
duda, sobre lo que hizo como agente de la CIA.
Él propone que los chilenos
deberían olvidar ese capítulo sangriento y bárbaro de la historia chilena porque
el “olvido es el alero bajo el cual
palpita la convivencia. No lo digo solo
por este país, sino por el mio, que también, quizá como todos, ha sido construído
sobre el olvido.”
El peso de la narración lo lleva la voz a veces tierna y a veces
ingenua y simplona de Cachafaz. A través
de él, conocemos los gustos sibaritas de Allende y sus deslices tangueros. Pero también a través de él conocemos una forma de
percibir la historia del debacle del gobierno de Allende. Su visión es pragmática
e inmediatista que lo lleva cuestionamientos
y conclusiones un tanto sui generis, por ejemplo al poner en el mismo nivel de desconfianza a
Pinochet (de manos muy cuidadas) y a
Fidel Castro, (que tiene también las manos rosadas). Por contraste, la voz del
ex-espía Kurtz es más distante de los hechos y brinda el contexto externo antes
y después del debacle. Su voz que es la permite juzgar a los chilenos
exiliados, al partido comunista chileno y
reflexionar sobre Chile en democracia desde de afuera.
El lenguaje usado para cada uno de los personajes principales esta bien
definido y diferenciado. Cachafaz habla simple y directo, el Doctor tiende a hablar
como dignatario y el ex-espía Kurtz tiene un lenguaje ascėptico, distante, de
turista. En general, no hay un retórica que llame la atención o distraiga al lector,
por lo tanto es fácil seguir la trama de la novela y su estructura no lineal.
La estructura de la novela con secciones o capítulos cortos que no
necesariamente siguen una línea temporal
consecutiva o que intercala la historia de
uno y otro personaje, brinda agilidad a la narración sin perder el hilo
central.
El último tango… pretende ser una narración sobre el lado humano de Allende, no una historia política.
El problema que se le presenta al lector educado es determinar qué es lo humano
de esta historia. Roberto Ampuero no un escritor
improvisado (cuenta con más de catorce novelas publicadas entre 1983 y 2012) y sabe
cautivar la atención del lector, por lo tanto logra el objetivo de ser aceptado
por un masivo público. Su narrativa es sencilla y bien estructurada. Sin
embargo, la revista digital The Clinic
cree que a pesar de su carácter de bestseller en su país, “El último tango de Salvador Allende es, desde su tópico hasta su desarrollo, una novela
floja. Perezosa. Sin embargo, es primera en ventas en Chile. Una mina de oro.
Una prueba más de que el sistema literario está fracturado; que la coincidencia
entre eso tan subjetivo a lo que se le llama calidad, y masividad, es, en la
realidad, casi inexistente.
La batalla político-cultural para capturar la
imagen de Salvador Allende para la posteridad
y la memoria colectiva – de la cual
forma parte esta novela -, sigue su
curso en Chile después de 41 años. Curiosamente, en diciembre
de este año se estrenará la película Allende en su laberinto del
director Miguel Littin. Tal como lo anuncian, se trata sobre las últimas siete horas de Allende; la
versión para la tv en formato de mini serie será un poco más extensa y presentará a Allende como líder, padre, amigo y
amante (sin tangos).
* Luis Fernández-Zavala
Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, Pukiyari
2014, en Amazon com y Peruebooks.com
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