Revista Contra Estudio

lunes, 30 de junio de 2014

Ginés Vera: El reencuentro

                                             El reencuentro 

Por Ginés J. Vera

Los dos amigos se saludaron efusivamente, hacía años que no se veían. Tras los abrazos y los cumplidos, Juan le propuso tomar algo y ponerse al día en algún bar cercano. Pedro aceptó meditándolo unos instantes. El local era nuevo, de diseño, con un atril de madera a la entrada. Pedro bromeó que no iba de etiqueta, sugirió ir a otro más modesto. También entre risas, Juan le empujó suavemente al interior, escogiendo una mesa del fondo. Sin decidirse entre los nombres de las tapas y los precios, solo se relajó cuando oyó de Juan ‘hoy invito yo’. Con el primer brindis fueron contándose por turnos. Juan llevaba más de tres años en la misma empresa, la crisis parecía no haberles afectado. Había conseguido ser casi imprescindible, no temía por su futuro; comparando su sueldo con el de mucha gente que conocía se sentía afortunado. Planeaba hacer un viaje al extranjero, en vacaciones, ahora que podía permitírselo. De hecho, quería aprovechar el tiempo libre, conocer a chicas solteras; se había apuntado a una academia de idiomas y a un gimnasio, guiñó un ojo alzando su copa. Hubo un silencio después, Pedro llevaba tres años sin trabajo; un año sin ayudas ni prestaciones, añadió con un hilo de voz. Sobrevivía gracias a unos ahorrillos, a su familia y a unas chapuzas que le salían de vez en cuando. Juan le animó, le pidió que le enviase el currículum, se lo pasaría a sus amigos, seguro que pronto encontraría trabajo. Surgieron anécdotas de juventud y el deseo de Juan de seguir la fiesta en algún garito, como en los viejos tiempos. Pedro se excusó, no estaba acostumbrado; regresó a casa pensando en su amigo, en las vueltas del destino. La empresa donde Juan trabajaba se la había recomendado él años atrás.


Este le llamó varias veces después del reencuentro para no dejar de verse ahora que tenían tiempo. Le propuso quedar unas veces solos, otras con los colegas de la empresa para ir de copas, o de cena; incluso alguna escapada de fin de semana. Pedro fue excusándose viendo el ritmo de vida de su amigo y sus posibilidades. Las llamadas fueron espaciándose hasta que dejó de llamarle. Juan se había cansado, además de insistir, de escuchar los mismos problemas cuando quedaban, siempre el mismo tema.
Un día Pedro coincidió en un parque con otros compañeros de la cola de la oficina de empleo. Acudían allí a menudo para hablar de sus cosas. Justo enfrente vieron salir a la hora de costumbre a un grupo de chicas jóvenes, de una academia de idiomas. La última les pareció la profesora. A continuación salió Juan, Pedro hizo un gesto para saludarle, pero no insistió al ver como la profesora le tomaba de la mano entre risas.
«¿Los conoces?», preguntó la joven a Juan al volver la esquina. Antes de que le contestase ella se quejó de que no le gustaba ir a la academia precisamente por eso, por el barrio. Estaba buscando otro para trasladarse. Le intimida un poco encontrar a esa gente allí, sin hacer nada, solo mirando como salidos; le quitaban alumnos, recalcó, daban mala imagen. «Alguien debería hacer algo», añadió. Juan no dijo nada, uno de ellos le había parecido su amigo Pedro, no estaba seguro. «Sí, sí que dan un poco de apuro», le contestó. Ella le recordó al subir al coche que tenían que preparar el equipaje para las vacaciones, lo bien que se lo pasarían en el spa del hotel, tomando caipiriñas y tostándose al sol en las playas exclusivas para turistas.

Ginés J. Vera. Nacido en Valencia, España. Licenciado por la Universidad de Valencia (España). MBA en Dirección Empresarial y Marketing. ESIC Business & Marketing School. Valencia. Formador Diplomado por la Universidad Internacional Valenciana.
Ha publicado artículos de divulgación en las revistas RÀPITA (San Carles, Tarragona) y URBIS NOTICIAS (Valencia), colaborando como redactor de la revista universitaria PHTHYRIUS y en el diario TRIBUNA VALENCIANA.
Sus relatos y microrrelatos han sido incluidos en diversos medios y antologías. Finalista en certámenes literarios, ha publicado los libros de relatos y microrrelatos CUENTAGOTAS Relatos Express (Editorial Chirre, 2009). EL HECHIZO DE LA MUJER DRAGÓN. (La Plaça. 2010). EXQUISITA TORTURA. (Amazon-KDP, 2012),  CALEIDOSCOPIO. (Amazon-KDP, 2013).
Colaborador en las revistas: Clickentrada, La Gonzo Magazine, AU Agenda Urbana y Los ojos de Hipatia y en el diario Nou Torrentí.
Director y coordinador de ACENTO LITERARIO, actualmente imparte talleres literarios presenciales y on line.













sábado, 28 de junio de 2014

Protocolo oficial, de Fernando Morote. Pequeño extracto de lo desmesurado, lo risible y lo caótico en el fútbol.

                                  Protocolo oficial


Escribe: Fernando Morote

Por sus estadios ultramodernos; por sus excelentes servicios de hotelería, transportes y comunicaciones; por su eficientísimo sistema de seguridad policial; y por muchas otras virtudes de orden turístico, gastronómico y cultural, el Perú fue elegido unánimemente por los miembros del Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Fútbol Asociado como la sede para la más reciente Copa del Mundo.
Después de cuatro intensas semanas de competición del más alto nivel futbolístico, a lo largo y ancho del territorio nacional, el día del partido final, coincidiendo con la clausura del magno evento, nuestro Estadio Nacional de Lima –majestuoso ejemplo de arquitectura y funcionalidad- no resistía un cuerpo más sobre sus sólidas estructuras y cómodas instalaciones. Desde muy temprano, a manera de despedida, hubo desfile de los equipos participantes, coreografías desplegadas por guapas waripoleras, erecciones inevitables en las tribunas y trompetas de la Guardia Republicana.
Después del Himno Nacional, cantado con ferviente emoción, patriótica mano en el pecho, un señor bajito de semblante subordinado subió al estrado. En el estrado se había acomodado una muchedumbre de funcionarios públicos. El estrado se encontraba armado dentro del arco de la Tribuna Sur. El señor bajito, sin perder un solo momento su semblante subordinado, sacó la cabeza por entre las redes del arco, cogió el micrófono con una mano y abrió las piernas. Camisa de bobos, terno cuete, el cantante de boleros vomitó los frejoles al salir de la cantina. Un Ford del 52 convirtió el vómito en tortilla.
—Señoras y señores —dijo el señor bajito, dirigiendo su mirada a los cuatro costados del Estadio Nacional— Tengan todos ustedes muy buenas tardes.




“La Federación Peruana de Fútbol, cumpliendo con el alto honor que le ha conferido la Federación Internacional de Fútbol Asociado al confiarle la sublime responsabilidad de organizar el presente certamen, que hoy llega a su fin, agradece vuestra cordial asistencia a éste, nuestro primer coliseo deportivo, y les desea una feliz¼.una feliz...¡una feliz!
“A continuación los dejamos en la grata compañía del excelentísimo Señor Ministro de Educación, Doctor Don Bienaventurado Pecho, quien nos deleitará interpretándonos unas breves palabras de despedida. ¡Con ustedes¼..y con nosotros¼..el excelentísimo Señor Ministro de Educación¼..para quien pido un fuerte aplauso!”.
Sólo se escuchó un aplauso en todo el estadio. Uno solo. Uno. La muchedumbre del estrado dentro del arco hizo como si hubiese escuchado una explosión portentosa de júbilo y se partió en dos para dar paso a la aparición del Ministro, quien salió con los brazos en alto, agradeciendo conmovido el recibimiento,  e inició inmediatamente una serie de ejercicios de calistenia mientras escuchaba el silencio de las tribunas.
El Ministro era un hombre ancho, mitad negro-mitad serrano, aún muchacho, de barba y lentes obtusos. Con mucha solemnidad extrajo del bolsillo de su saco un papel asqueroso, todo arrugado, y acercó sus labios al micrófono, sopló para comprobar que funcionaba, luego los retiró, tosió dos veces por las puras sin taparse la boca, acercó los labios de nuevo, y comenzó su presentación:
—Señor Presidente de la República¼¼¼.Señores Ministros de Estado¼¼¼.Señores
Alcaldes¼¼¼.Señores Prefectos¼¼¼.Señó¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼................”.
El palco oficial estaba frenéticamente vacío. No había Presidente de la República, ni Ministros de Estado, ni Alcaldes, ni Prefectos de ninguna parte. Nada.


“Señor Presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado¼¼¼.Señor Presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol¼¼¼.Señor Presidente de la Federación Peruana de Fútbol¼¼¼.Señor Presidente de la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional¼¼¼.Señor Presidente del Instituto Peruano del Deporte......Señor Presidente de¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..de¼¼¼¼¼¼................................................................................
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.Presidente…………………………….. de¼¼¼¼¼¼....................¼¼¼¼¼¼Señor¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼Señor Presidente de¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼”.
La atención comenzó a dispersarse en las tribunas. Un aficionado de la Tribuna Occidente comentaba:
—No es que sea inepto el futbolista peruano, todo lo contrario, es uno de los mejores dotados técnicamente en el mundo, pero no se puede negar que sufre el complejo de inferioridad. Por eso fracasa cuando enfrenta al adversario extranjero, aunque éste sea futbolísticamente  inferior a él.
—Es cierto –asentía otro espectador, y agregaba:— Como todos los males del Perú, éste también es un problema de educación.
El Ministro continuaba:
“Señor Presidente de la Asociación Nacional de Periodistas Deportivos del Perú¼¼¼¼¼Señor Presidente del Gremio de Reporteros Gráficos del Perú¼¼¼¼¼¼¼¼¼Señor Pres¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.........................................................................
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼ente¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼...................................
¼¼¼.rú¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.................
Ss¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼............... .”
El público empezó a manifestarse:
—¡Oye! ¡No seas contraproducente!


—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui! (silbidos)
—¡Acábala ya, perro!
—¡Bastardo!
“señores Árbitros¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señores Jueces de Línea¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..señores Jugadores¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼............
ores¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..señ¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼”.
La Tribuna Norte bramaba enloquecida:
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui! (otros silbidos)
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui! (nuevos silbidos)
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui! (más silbidos)
¼¼¼señores Representantes de las Fuerzas Policiales¼¼¼¼señores Enfermeros de la Cruz Roja Peruana¼¼¼¼.señores Miembros del Cuerpo General de Bomberos del Perú¼¼¼¼¼¼¼¼..po¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼...Nac”.
—¡Calla, mediocre de mierda!
—¡Cabrón, hijo de ramera!
—¡Muere, maldito!
—¡Insecto!
El Ministro impertérrito:
“señores Recogebolas¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.res¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..”
—¡Ese hombre está obnubilado!
—¡Métanlo preso!


—¡Pobre diablo!
—¡Concha tu madre!
Pero al Ministro los insultos le importaban un carajo:
“señores Repu¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼................
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼ados¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼………..
señor Espectador del Asiento Nº 6 de la cuarta fila de la zona intermedia de la Tribuna Oriente¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señor Portero de la Puerta de Ingreso Nº 4¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señores Vendedores Ambulantes¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señores Perros Policías¼¼¼¼¼¼¼¼¼tengo el agrado de dirigirme a ustedes para declarar clausu¼”.
El Ministro no pudo concluir su discurso; las cuarenta y cinco mil almas que acudieron al Estadio Nacional de Lima con la intención de observar el último espectáculo deportivo de alto nivel en muchos años, pues el medio local nunca daría para tanto, se levantaron de sus asientos y, profiriendo gritos salvajes de batalla, sacaron de sus bolsillos armas y proyectiles de última generación, descargando al unísono toda su artillería contra el Ministro, quien recibió en su pecho balas, granadas y misiles de todo calibre y envergadura, sin dejar de mencionar que los espectadores de las tribunas populares cumplieron con arrojarle, ajustándose a sus posibilidades, piedras de distinto corte, botellas vacías, botellas llenas, bolsas con orines, zapatos con hueco, y pollos verdes también. Un cohete lanzallamas proveniente de la tribuna preferencial terminó por cercenar y calcinar la cabeza del Ministro, mutilando sus brazos y piernas, las cuales se desmoronaron sobre el campo de juego, completamente carbonizadas. Igualmente las cabezas, brazos y  piernas cercenadas, calcinadas y mutiladas de la muchedumbre de funcionarios  públicos que lo acompañaba, fueron a parar sobre el punto de penal, formando dentro del área una ruma de cerebros y extremidades inservibles.

Más desahogado que satisfecho, el público regresó a ocupar sus butacas sin otra opción que esperar. El partido final, con el cual se clausuraba la magnífica Copa del Mundo celebrada este año en los maravillosos estadios peruanos, fue suspendido durante media hora. “Para limpiar los escombros de la  cancha”, según explicó el anunciador oficial a través de los altavoces.


Extracto de la novela Los quehaceres de un zángano de Fernando Morote.

viernes, 27 de junio de 2014

Fernando Morote: Copa del Mundo: Errores que matan

                      Copa del Mundo: Errores que matan

El triunfo, en la última fecha de la primera fase del mundial, se ha portado como una amante infiel que a la mínima oportunidad se va sin escrúpulos con el mejor postor. El asombro que causaron al inicio algunas selecciones cedió paso al cálculo de otras.

Argelia y Nigeria son los únicos representantes africanos que continúan en carrera. Los vaticinios del rey Pelé, formulados a principios de los 70’ y a punto de cristalizarse a mediados de los 90’–el futuro del fútbol yace en el continente negro-, parecen nuevamente distantes de tomar cuerpo.

Grecia, en las postrimerías del cotejo, tropezó con su clasificación a octavos sobre el punto de penal después de que Costa de Marfil la tuviera prácticamente en el bolsillo. Estados Unidos, en un final de básquetbol durante su encuentro previo, no supo sostener su notable progreso y sucumbió a su ingenuidad dejándose empatar por Portugal faltando 30 segundos.

Colombia es quizás el único de los clasificados a quien no le convenía encabezar su grupo. Habrá que ver si la emoción de sentirse líder, igual que en Italia 90’, no lo traiciona esta vez. Para ser sincero, es preciso aceptar que aún no ha enfrentado un rival digno que pruebe en verdad de qué material está hecho.

Croacia fue más boca que fútbol. En las conferencias de prensa, Kovac y Modric desempeñaron a la perfección su papel como discípulos de Mourinho en el arte de disminuir al oponente con declaraciones despectivas, pero al final carecieron de armas para traducir en goles sus ataques verbales contra los aztecas.

Chile, cayendo ante Holanda, confirmó que no le había ganado a España sino a lo que quedaba de ella, un campeón moribundo en estado catatónico sobre cuyo féretro los mapochinos sólo lanzaron las paladas de tierra de despedida. Vencer a Australia, aunque fue visto como una proeza, no es una medida realista. El cuadro oceánico, a embargo de su superación, sigue siendo uno de tercera categoría.
 
 

Italia, pese su oficio y experiencia, tuvo que volverse a la bota por una falla estúpida tratando de dominar un balón embarazoso dentro del área cuando lo que correspondía era reventarlo de un puntazo. Sin descender a la esfera del “catenaccio”, que Prandelli desterró en esta etapa de la “azzurra”, hizo recordar en muchos pasajes del partido contra Uruguay el estilo especulativo de Enzo Bearzot en España 82’. Imperdonable error de un equipo que, tras su debut, se perfilaba como serio aspirante al título.

Inglaterra resbaló en la misma trampa. A 10 minutos de concluir las acciones, cuando se hallaba a puertas de revertir el marcador, un descuido permitió que Muslera habilitara desde su arco con un pase larguísimo a Luis Suárez, quien fulminó sin piedad a Hart.

Para decirlo de un modo amable, a despecho de su talento futbolístico y cotización internacional, Luis Suárez es el vivo retrato de un perdedor. La misma arrogancia e infelicidad que brotaba de los rostros de sus antecesores en el ramo -Maradona y Tyson- es la que hace de Luisito un tipo nauseabundo y despreciable cuyos ataques de frustración esquizofrénica merecen sacarlo a pasear con cadena y bozal antes de la competencia para bajarle los niveles de espuma rabiosa o internarlo en una perrera municipal para el adiestramiento apropiado.
 
 

Piura, Perú-1962. Escritor y periodista peruano. Autor de las novelas: “Los quehaceres de un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos” (2013) y el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (1994). Actualmente vive en Nueva York y colabora con revistas de España (Periódico Irreverentes de Madrid y Pandora Magazine de León) y Perú (Lima Gris y Contra Estudio), entre otros temas, escribiendo artículos sobre cine clásico.

 
 
 
 
 
 
 

jueves, 26 de junio de 2014

PABLO MARTÍNEZ BURKETT: LOS QUE ESTABAN DESDE ANTES



                      LOS QUE ESTABAN DESDE ANTES
                        What is thy bidding, my master?[1]
                                                   Lord Darth Vader
                       Star Wars - The Empires strikes again
Es fama que, salvo los intrincados quipus, los incas no dejaron un sistema de escritura. Sin embargo, los registros de la Inquisición del Perú mencionan, aunque sin dar detalle, la quema de libros malditos y sacrílegos. El profesor Locke Ovic, de la Universidad de Miskatonic, ha dedicado toda su vida a rescatar la obra demoníaca: “Willakuy wañukuq punuysaq aqtiy puñunaq llaxta ulatraw llamar”, cuya traducción aproximada del quechua es “Libro del difunto soñador que sigue soñando en la ciudad sumergida”.
Una escrupulosa pero fragmentaria reconstrucción le había permitido restaurar la epopeya de los Unay, “los que estaban desde antes”, seres demencialmente abominables que fundaron ciudades de repulsiva geometría, tanto en tierra firme como en las profundidades del mar. Aburridos de sus muchas eternidades, los Unay se entregaron a las permutaciones vedadas y crearon a los Bulututyaay ñawi, “los de ojos burbujeantes”, una raza de fuerza colosal pero poco entendimiento. Con el discurrir de los milenios, esta suerte de amebas gigantes se rebelaron contras sus creadores y les hicieron la guerra. También se entregaron a la cópula con monos del Altiplano y así fue que engendraron a la humanidad. Y luego, a la civilización que fue madre del conocimiento.
El terremoto del Perú de 2007 sorprendió al profesor haciendo investigación de campo. Privado de abandonar el hotel, se entretenía mirando los noticieros. Mientras maldecía por el costo del atraso, las imágenes mostraban los daños en una plataforma de exploración petrolera en el litoral marítimo de Piura. De mil y una maneras había alertado sobre las nefastas consecuencias de taladrar allí, pero siempre lo tomaron por loco. Producto del sismo, un barreno se había desviado unos cuantos grados, desgarrando el techo de una imprevista caverna submarina. La gruta estaba densamente habitada por una forma de vida desconocida. Los científicos balbuceaban conclusiones tan apresuradas como inútiles. Habían liberado a los Taqna, “los profundos”, seres de cuerpo humano pero con cabeza de pez, branquias, manos palmeadas y una espantosa joroba escamada. En los tiempos primordiales, estas bestias eran enemigos declarados de los Unay. Y ahora que han regresado, van a cobrarse con los descendientes de los Bulututyaay ñawi los vejatorios hechizos del pasado. Inexorablemente, el destino de la humanidad está sellado. Los que estaban desde antes nunca volverán a reinar.

                                         



PABLO MARTÍNEZ BURKETT. Nació en 1965 en Santa Fe (Argentina). Es abogado y Magister en Derecho Empresario. Tiene estudios de postgrado en universidades de España, Chile y Estados Unidos. Enseña en la Universidad Austral.
Cultiva el llamado “fantástico rioplatense”, subgénero de la literatura fantástica que propone una realidad oscilante, donde quedan borroneados los límites entre lo real, lo imaginario y lo simbólico.
Es autor de los libros de relatos Forjador de penumbras (Galmort, Buenos Aires, 2011) y Los ojos de la Divinidad (Editorial Muerde Muertos, Buenos Aires, 2013). Ha participado en numerosas antologías. Escribe para revistas y diarios del país y el extranjero así como para diversos portales. También ha incursionado repetidamente en el ensayo, dedicado en especial a Cervantes, Borges y El Quijote, colaborando en libros editados por universidades de Argentina, España y Estados Unidos.
Ha recibido más de una docena de premios en diferentes concursos literarios del país y el extranjero y ha sido traducido al inglés, francés, italiano y portugués.
Está escribiendo El retorno de la crisálida, un folletín por entregas semanales que publica el Periódico Irreverentes de Madrid. También está escribiendo dos novelas: Pozo del Diablo (histórico-policial-fantástico) y El regreso del Uñudo (terror).




[1] ¿Cuál es vuestra oferta, Amo? Lord Darth Vader – La Guerra de las Galaxias. El Imperio contraataca.

martes, 24 de junio de 2014

Fernando Morote: Librería a la vista, destino: Harrisburg, PA

       Librería a la vista, destino: Harrisburg, PA


Lo necesitas por salud mental. Estás listo para escaparte de la rutina y olvidarte de Nueva York. Una vez al año te viene bien cambiar de aire, expandir tus pulmones y perder tu vista en otro horizonte. Sabes que tu reemplazo te odiará en secreto la semana entera porque será él quien tendrá que comerse la bosta que tú digieres cada jornada. Pero no te importa.
Estás en la tierra del Mayor Richard Winters, veterano de la Segunda Guerra Mundial y líder de la Compañía Easy, que desembarcó en Normandía, resistió en Bastogne y capturó el Nido del Águila en Berchtesgaden.
Recorres el mágico mundo de Hershey. Descubres un pueblo completo, con escuela, universidad, centro médico, parque de diversiones, estadio, coliseo, zoológico y negocios girando en torno al chocolate. Te percatas que cuando estás trabajando te cansas menos que cuando sales de vacaciones. Comprendes que nunca es tarde para descubrir las ironías de la vida.
Constatas que, efectivamente, el paisaje circundante es diametralmente opuesto a lo que sueles ver en tus días urbanos. Inmensas praderas, atravesadas por colinas llenas de árboles y planicies con el pasto delicadamente recortado, te regalan un espectáculo verde absolutamente sobrecogedor. No puedes reprimir cierta envidia al contemplar a los amish, el enigmático grupo religioso de origen judío, conformado por varones barbados y patilludos y damas obsesivamente recubiertas de holgadas ropas, manejando sus carretas tiradas por caballos en plena autopista o surgiendo de entre la hierba mientras cosechan los frutos que siembran. Admiras su abierto desprecio por los adelantos tecnológicos de la vida moderna, aunque en el fondo sabes que eres demasiado superficial como para llevar una vida consagrada a la naturaleza.
El 4 de Julio, día de la independencia, te agarra en Gettysburg, escenario de una de las batallas cruciales de la Guerra Civil americana. Hombres vistiendo uniformes de la Unión y la Confederación; mujeres luciendo faldones, parasoles y botines; voluntarios fingiendo de médicos en tiendas de campaña, explicando cómo amputaban las extremidades de los heridos con técnicas de carnicero a falta de tiempo y recursos para mejores cuidados; son detalles que recrean fielmente el ambiente de aquellos años. Te dejas envolver por el espíritu cívico y te tomas una foto con Lincoln. El agobiante calor y el intenso olor a hot-dog no te permiten recordar las palabras exactas que pronunció el ilustre presidente en su discurso al final del conflicto, pero tampoco puedes reprimir la sospecha de que, pese a las constantes repeticiones en ceremonias oficiales, son principios que los ciudadanos de este país no se empeñan precisamente en aplicar a la práctica cotidiana.
De regreso al hotel encuentras en la recepción un folleto que no habías visto antes. Se te para la respiración. No es un club de strip-tease ni una excursión de aventura. Tus aficiones no van por ahí. Es, lógicamente, una biblioteca. No, no, no. Es una librería. Espera, mira bien. En realidad es una feria de libros. Gigantesca, majestuosa, antigua. ¿Dónde? En Harrisburg, a 45 minutos de distancia. “¿Alguien viene conmigo?”, preguntas ingenuo. Mmm…No esperes milagros.
A pesar del GPS, te pierdes. No es raro, conociéndote como te conoces. Pero estás resuelto a encontrar tu oasis en el desierto. Finalmente llegas. Por fuera parece un edificio insignificante, totalmente olvidable, que puede pasar incluso desapercibido. Pero cuando cruzas la puerta doble de vidrio y pones tu humanidad adentro, te das cuenta de que has encontrado un lugar fascinante. El espacio donde te sientes por un instante miembro de la raza humana. Parado en medio de tantos libros, te sientes como un adicto que cayó de pronto –y de nariz- en el centro de una montaña de cocaína.
 
Después del primer vistazo general, comprendes que tus cálculos de tiempo quedarán irremediablemente cortos. Sabes al olfato que ésa es –o debe ser- una visita de al menos un día entero. Pero tú cuentas sólo con 1 hora como máximo, pues tu familia te espera para salir a cenar juntos.
Son demasiados títulos de arte, historia, humanidades, ciencia, tecnología, estudios sociales, literatura infantil, deportes, cocina, viajes, humor, etc. Entonces planeas tu estrategia. No puedes devorar cada libro que ves a tu paso. Tienes que ser selectivo y tomar tus buenos riesgos.
Avanzas por los pasillos y te deslizas sigilosamente entre los estantes. Empiezas a tomar contacto con ciertas piezas de arqueología literaria. Una de las primeras ediciones de “Mi lucha” de Adolfo Hitler, consigna sobre su tapa una breve declaración del editor (contrario al espíritu nazi) en la que sostiene con orgullo que “no le paga regalías al autor”. A su lado encuentras una sección completa de libros dedicados a la historia afro-americana de los Estados Unidos, donde los protagonistas sobresalientes –en textos e imágenes- son, sin duda, Martin Luther King, Malcolm X y los oficiales blancos encargados de ejecutar la brutalidad policial de la época.
Con cuidado bajas las pequeñas escalinatas que te conducen a una bóveda subterránea cubierta por libros impresos en diferentes idiomas, que abordan la cultura, religión e historia de innumerables y remotos países del planeta. Esos tópicos no te entusiasman mucho, así que subes de nuevo y cruzas la sala principal para seguir tu camino hacia los corredores del segundo piso. Sientes como si estuvieras conociendo muchos edificios dentro de uno solo. Cada ambiente presenta una decoración distinta. En el trayecto hallas tratados de cine y teatro, enciclopedias con fotos inéditas, afiches de películas clásicas, revistas con entrevistas a Hitchcock y Kazan. En medio de ellos, poemas de Bertolt Brecht.
Si te provoca tomar un poco de aire y contemplar la vista de la ciudad capital del estado de Pensilvania, puedes coger el libro que quieras y ocupar una de las graciosas mesitas del balcón. O puedes llevar tu laptop al rincón que prefieras (suelo incluido) y pasarte el día entero escribiendo lo que sea, revisando tu Facebook o mandando Twitters alrededor del orbe. Nadie te va a molestar ni apurar.
El tiempo, sin embargo, corre. Por lo que debes apresurarte si quieres ver la sección de novelas. Vaya, tienes a todos tus ídolos en los anaqueles. No se olvidaron de ninguno. Hasta “El pueblo y la ciudad”, la primera historia publicada por Kerouac, el padre de los Beat, aunque es un mamotreto de 500 páginas, aparece como una pieza relevante en el firmamento. Y en los estantes de poesía, Vallejo y Heraud emergen gloriosos. Esto sí que es una rareza, te dices, considerando que ni siquiera en el Perú los ubican en sitio de tanto privilegio.
Ha llegado, entonces, el momento del café. Te acercas a la barra y pides un capuchino. De acuerdo al anuncio de la pizarra, descubres que el café con que preparan tu orden es peruano también. No te lo esperabas, pero si querías sorprenderte, pues sorpréndete bien, mi hermano. El barman se muestra tan amistoso y servicial, que no te incomodan sus avances homosexuales. Por el contrario, inicias una amena charla con él. Y descubres que el tipo (simpático, de poco pelo) es una abundante fuente de información. La librería, biblioteca o feria de libros –como quieras llamarla- es un espacio arquitectónico en forma de caverna (otrora mansión perteneciente a una acaudalada familia de Harrisburg), que recoge más de 100,000 libros de segunda mano, ediciones artesanales y libros de texto. El edificio, con un área superior a los 10,000 metros cuadrados, alberga la colección más grande de libros usados entre Nueva York y Chicago. Durante las noches se celebran una variedad de eventos y actividades comunitarias, como recitales de poesía, presentaciones de libros, lecturas públicas y conciertos de música clásica, sin dejar de mencionar las permanentes exhibiciones de pintura.
Si nada de eso te interesa, puedes simplemente tomar asiento donde te plazca (tienes sillas, bancas y sillones por donde quieras) y dejar pasar el tiempo. A lo mejor conoces a otro solitario como tú y terminas compartiendo algún juego de mesa con él (o ella). O quizás te sientas tan emocionado que acabes comprando un libro sólo para expresar tu gratitud por el delicioso momento de placer recibido. No importa cuál sea tu elección, te aseguro que será algo bueno. Como ese ejemplar de  las “Novelas cortas de los maestros”, que incluye obras de Kafka, Joyce, Dostoyevsky, Flaubert, Chejov, entre otros. O esa particular biografía de Kafka (ya que lo mencionas) en la que se echa por tierra la famosa teoría de que el escritor praguense no estuvo nunca interesado en publicar su trabajo (y por eso quemó todo, hasta que apareció su amigo Max Brod a rescatar lo que luego se convertiría en literatura universal) y más bien no sólo se afirma sino que se prueba con cartas, piezas de sus diarios y otros documentos personales, que durante toda su vida luchó denodadamente para que sus textos fueran editados y reconocidos.
“Midtown Scholar Bookstore” es el nombre de este fantástico lugar. No lo olvides. Si eres escritor, o fanático de la literatura, márcalo con rojo en tu agenda para tu próximo viaje a Pensilvania. Te sentirás tan extasiado que treparás corriendo más rápido que Rocky las 72 gradas de la entrada lateral al Museo de Arte de Filadelfia. No te arrepentirás, aunque tu familia te ponga presión para que no pierdas el sentido del tiempo y vuelvas pronto con ellos.
 
 
 
 

Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista peruano. Autor de las novelas: “Los quehaceres de un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos” (2013) y el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (1994). Actualmente vive en Nueva York y colabora con revistas de España (Periódico Irreverentes de Madrid y Pandora Magazine de León) y Perú (Lima Gris y Contra Estudio), entre otros temas, escribiendo artículos sobre cine clásico.

sábado, 21 de junio de 2014

Sandalias de azufre, por Ricardo Vacca-Rodríguez


                                 Sandalias de azufre

La fogata ya se apagaba cuando la descubrí en la playa. Entre las redes buscaba angustiada la sombra de algún faro. Al acercarme me percaté que de su cabello pendían espinas de pescado y collares de algas le enredaban las muñecas y sus tobillos. Sus uñas eran afiladas y su cuerpo brillaba  a la luz de la fogata debido a la sal y la melancolía. Esa noche yo usaba mis sandalias de azufre y uno que otro pan de maíz me colgaba del cuello.

Me aproximé un poco más y me escondí detrás de mi silencio y de algunas rocas que sorpresivamente habían caído esa madrugada desde el cielo. No hacía más que observarla como un científico lascivo, la observaba como un psicólogo obsesivo/compulsivo.

Irresponsablemente hice sonar mis cabellos fue entonces que ella me descubrió. Comenzó a acercárseme amenazadoramente. La fogata se apagaba definitivamente y el viento esparcía las cenizas como dos manos que agonizaban sobre la arena. Una columna de cangrejos corrían raudos hacia el centro de la angustia mientras que ella amenazadoramente se me aproximaba más y más como una araña marina, como una tierna y venenosa araña marina.

Su cuerpo se balanceaba sobre sus pies diminutos, su caminar era sensual y sus manos se movían nerviosamente con el viento como intentando descuartizar esqueletos. Sorpresivamente se lanzó a mis brazos y mirándome fijamente con sus ojos amarillos me exigió a beber de su saliva. Yo intenté retroceder espantado, defenderme de su lengua lasciva y me enredé entre sus algas y entre algunas preguntas sin respuesta  y pesadamente caí sobre la arena. Por mis ojos se filtraban sus ojos y alguno que otro pedazo de luz. De pronto, ella se me abalanzó definitivamente, cayó sobre mí como una sombra, como un puñado de arena me cubrió. Por primera vez probé sus labios con sabor a misterio y vino. Un extraño olor sacudió mi cuerpo y sentí que mi pecho se untaba de su sudor pegajoso y amoniacal. No me quedaban más recursos, me abandoné entonces a la enredadera de sus piernas en mi cintura, mientras sus afiladas uñas abrían mi espalda. Sentía que su lengua maravillosa escudriñaba mi garganta como un científico acucioso. Yo temblaba, ella se sacudía. Su respiración era profunda y algo parecido a un ronquido salía desde lo más profundo de su pecho cuando suspiraba y sacudía. No se cuánto tiempo transcurrió, pero me pude percatar que estaba colocando una de sus largas uñas sobre mi pecho, y una gota de mi sangre se mezcló son su saliva. Presentí que estaba condenado.

 Intenté separarme de su cuerpo frío, librarme de su sudor pegajoso y amoniacal, busque una conspiración con la noche. Me acerqué y le susurré al oído que se olvide de mí, que le diga a su tribu que nunca me encontró. Pero era en vano. Mis palabras se extraviaban como la sombra de los peces en el corazón de un ciego. Había caído prisionero en sus besos sin forma, en su amor esquizofreno, en su ternura. Yo temblaba y la noche destilaba silenciosamente sonidos y formas.

El tiempo transcurría inexorable. Ella continuaba mirándome profundamente con sus ojos amarillos sin pupila mientras me apretaba a su cuerpo más y más.  Un ligero temblor sacudió sus agudos pezones, un grito rasgó la madrugada de este a oeste y algo similar a un tibio sueño me mojó las piernas y las de ella. Algunas gaviotas de la noche se espantaron, el viento vaticinaba extraños presagios mientras la madrugada quebraba ferozmente los tobillos del invierno. Al despertar la barba me había crecido. Tenía un manojo de algas enredado a mis tobillos y en mi mano izquierda un mechón de cabello rojizo reposaba como un último suspiro. Descubrí además que mis piernas las cubría una sustancia parecida a las escamas. Un olor a angustia cubría mis brazos. En mi garganta quedaban aun pedazos de su lengua brillante. Untaba mi abdomen algo viscoso con olor a mar y piedras. Me hallaba solo sobre la arena. Más allá, restos de lo que fue en algún momento una fogata y algunos signos extraños escritos en la arena que no pude descifrar. Un poco más lejos, maderas de barcazas, pescados secos y huesos blancos de alcatraces. El sol aún se resistía a alumbrar. Me levanté, vestí mi cuerpo semidesnudo. Al caminar por la playa, algunos pescadores me miraron extrañamente y huyeron raudos al descubrir las cicatrices en mi espalda. Caminé perdido entre la arena y las rocas negras de los muelles. Me encontré con algunos hombres quemados por el sol que me dijeron que ella se había marchado colgada del brazo del primer habitante que pasó que tenía ojos azules y manos con olor a yodo. Me informaron además que aún se distinguía escrito un nombre sobre su espalda huesuda y su cuerpo exhalaba un olor parecido a la desesperación. 

Ese fue nuestro primer y único encuentro, lo demás son solo leyendas que inventaron los habitantes del puerto. Pero lo que sí es cierto es que en la playa cuando se ausentan las gaviotas y la madrugada corona a los erizos con su espuma,  se escuchan sus aullidos, su agitada respiración, su llamado y un sonido parecido a unos dedos sonando un tambor. Más de un pescador atestigua que ha sorprendido a las ancianas del puerto susurrándose, entre oraciones y saliva, que la han visto arrastrándose alrededor de las fogatas, gimiendo, mencionando mi nombre y cubierta de arena y algas.

Yo desde entonces como un tatuaje eterno llevo en mi pecho la forma de un acantilado que me incita al suicidio.





Ricardo Vacca-Rodríguez

Nací en el puerto del Callao, Perú. Estudié Psicología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima.

Me interesé desde joven por la literatura, la adiccionología, parapsicología, esoterismo, la ufología [libros como el misterio O.V.N.I.; Informe del Libro azul, Piedras sagradas, el triángulo de las Bermudas]  la investigación en la Cristología como El Grial, la sábana santa, Los Templarios; y el campo de la parapsicología y el misterio como Nefilim, las pirámides de Pactrick Heron.

 Actualmente radico en USA, New York y trabajo en una Clínica en Manhattan para el tratamiento de casos de conductas adictivas.

Suelo escribir artículos de mi especialidad pero sobre todo de literatura en sus diversos estilos y modalidades.

miércoles, 18 de junio de 2014


                                La Copa se queda en Europa

Cerrada la primera rueda del Mundial, ¿dónde quedaron las máquinas sudamericanas de las eliminatorias? Las balas asesinas reducidas a insulsos perdigones. El fiero león rebajado a inofensiva mascota. Nada más parecido a los clubes peruanos, poderosos y temibles en la liga interna, cuando salen a competir en el extranjero.

Brasil, con dos penales regalados (uno a favor y otro en contra), no alcanza a ser un suspiro de los campeones históricos. Argentina, desordenada e imprecisa, depende de un ídolo para culminar sus aspiraciones. Colombia, explosiva y contundente al inicio, exhibe una contagiosa cumbia antes que una consistente estrategia (sus integrantes tienen suerte de que Pablo Escobar no se encuentre ya en capacidad de enviarles la moto por ineptos). Chile, errático y a ratos perdido, no responde a los designios de su entrenador con ínfulas de sabio neurótico. Uruguay, fatalmente herido, es el mismo de hace 4 años, y eso –contrario a lo declarado por el maestro- es un déficit insalvable. Ecuador, lento y sin vida, encaja una trágica derrota que bien vale una ola de suicidios.

Nada nuevo hasta aquí. A Perú le ocurría lo mismo. Llegaba deslumbrando, acababa dando pena.

Viendo la actitud, el despliegue y la fortaleza de Holanda, Italia, Inglaterra, Alemania, e incluso España, un choque entre los nuestros y ellos será como poner a correr un pura sangre al lado de un perro callejero. El predominio futbolístico de Europa –ganado en base a su nivel de organización, infraestructura y educación- es un hecho por ahora irreversible.
 
 
Mientras tanto la tecnología asoma discretamente en cada arco. Siete micro-cámaras instaladas bajo los tres palos no son un mal comienzo. Aunque no se atreve todavía a adoptar la precisión ampliamente comprobada en otros deportes profesionales, la FIFA ha recogido aquella utilizada en el tenis para marcar si la pelota cayó dentro o fuera de la cancha (de la línea de gol, en este caso). El mayor desafío será convencer a los aficionados, periodistas, dirigentes y protagonistas directos que el sistema de vigilancia por video no dañará la esencia del juego. A la inversa, contribuirá a dirimir de acuerdo a lo que sucede en la realidad y no a lo que pasa por la cabeza, o los ojos, de los árbitros y asistentes, colocados muchas veces en desventajosa posición por el vértigo de las acciones.

En medio del barullo neoyorkino, confinado a los locutores latinos de las cadenas internacionales de televisión en español, no puedo evitar el recuerdo de las legendarias narraciones de Humberto Martínez Morosini y Luis Ángel Pinasco, o los comentarios en el entretiempo de Roberto Salinas y Javier Rojas.

Podían ser, a su modo, amenos o aburridos (libre elección a gusto del espectador). Pero al menos eran originales. Los que ejercen el oficio en la actualidad se parecen un poco a esos escritores que sólo creen en su valor si copian el estilo del Premio Nobel de literatura.
Argentinos y chilenos son las víctimas más comunes, hundidas en las fauces del vicio. Repiten de manera idéntica, perfecta y literal las entonaciones, expresiones, bromas, recortes de palabras, cambios de ritmo, lisuras, gritos, diálogos simulados del hombre que revolucionó con su estilo.

Tampoco soy particularmente adepto a los presentadores aztecas.Me causan gracia sus delirios de grandeza considerando a México una potencia mundial sólo porque son líderes inevitables de la CONCACAF. Me provoca indignación la monumental estupidez con la que comparan a Rafa Márquez con Franz Beckenbauer, llamándolo “Kaiser”. Sin embargo reconozco el mérito que tienen de respetar su idiosincracia sin imitar a nadie.

Digresiones aparte, a juzgar por lo visto hasta la fecha, la Copa se queda en Europa.


 
 
Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista peruano. Autor de las novelas: “Los quehaceres de un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos” (2013) y el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (1994). Actualmente vive en Nueva York y colabora con revistas de España (Periódico Irreverentes de Madrid y Pandora Magazine de León) y Perú (Lima Gris y Contra Estudio), entre otros temas, escribiendo artículos sobre cine clásico.

 
 
 
 
 

martes, 17 de junio de 2014

La elección, por Ginés Vera


                                                                   La elección

El librero había visto a unos chavales ruidosos de vuelta a casa. Rodeó el parque, pero le siguieron y cerraron el paso pidiéndole dinero. « ¿Sólo esto?», protestó uno. Él les ofreció, además, el libro que llevaba; entre risas le dejaron marchar. A los pocos días entró uno de los chavales con el libro. El librero pensó que querría devolverlo a cambio de dinero. «Gracias», dijo el joven colocándolo en el mostrador. Hubo un silencio. « ¿Te ha gustado?». Aquél negó con la cabeza tras un nuevo silencio. El librero cruzó el parque otras veces, algunas se tropezaba con el grupo. Él se limitaba a saludar con un leve gesto. Meses después el joven entró con su madre. Su hijo le había contado lo que había hecho por él, por las tardes, cuando le creía en la calle haciendo travesuras. «Usted le ha enseñado a leer, no sé cómo agradecérselo». El librero le regaló el libro, animándole a que siguiera leyendo. Una vez por semana se encuentra con el grupo de jóvenes, pero no a la salida; vienen a la librería. Se sientan en una mesa a aprender a leer. A uno de ellos le gustaría ser escritor algún día.


 

Ginés J. Vera. Nacido en Valencia, España. Licenciado por la Universidad de Valencia (España). MBA en Dirección Empresarial y Marketing. ESIC Business & Marketing School. Valencia. Formador Diplomado por la Universidad Internacional Valenciana.
Ha publicado artículos de divulgación en las revistas RÀPITA (San Carles, Tarragona) y URBIS NOTICIAS (Valencia), colaborando como redactor de la revista universitaria PHTHYRIUS y en el diario TRIBUNA VALENCIANA.
Sus relatos y microrrelatos han sido incluidos en diversos medios y antologías. Finalista en certámenes literarios, ha publicado los libros de relatos y microrrelatos CUENTAGOTAS Relatos Express (Editorial Chirre, 2009). EL HECHIZO DE LA MUJER DRAGÓN. (La Plaça. 2010). EXQUISITA TORTURA. (Amazon-KDP, 2012),  CALEIDOSCOPIO. (Amazon-KDP, 2013).
Colaborador en las revistas: Clickentrada, La Gonzo Magazine, AU Agenda Urbana y Los ojos de Hipatia y en el diario Nou Torrentí.

Director y coordinador de ACENTO LITERARIO, actualmente imparte talleres literarios presenciales y on line.