Una anti-lectura de Novela con cocaína
Escribir, o intentar hacerlo, luego de leer a Novela con
cocaína de M. Aguéev causa un dolor torpe que puede confundirse con incomodidad
y angustia. Es una sensación que corroe
parte de nuestros recuerdos (nuestros recuerdos malos, obviamente) y esos
instintos primitivos y vergonzosos que
producen estrépito. ¿Es por eso que la novela es dolorosa, angustiante y
adictiva? La novela es interesante por muchos motivos que van desde la forma en
cómo se publicó hasta la misteriosa identidad del autor. Aquel sobre procedente
de Constantinopla y dirigido a emigrantes rusos radicados en Francia - titulado inicialmente como
“Relato con cocaína”- llevaba consigo algo más que una novela. Traía un poco de
lo que en Rusia se ocultaba y que era común entre los sectores marginales. Y
claro, publicar el texto en aquella época y usando el nombre real del autor era
algo por demás imposible. Mark Levy usó
el mecanismo del seudónimo y se mantuvo en el anonimato durante toda su vida.
El prólogo a la primera edición en español del libro (Seix Barral, 1984) a cargo de Lidia Chweitzer ya causa una impresión
viva. En ese momento aún no se conocía la identidad del autor y la edición del
libro era todo un reto. Lidia Chweitzer
se esforzaba por encontrarle alguna impronta estilística a este libro
raro y virulento. Nos dice que el tiempo en la novela tiene semejanzas al que
usa Proust (ya que ambos textos no están
medidos en minutos, sino en una descripción minuciosa). Chewitzer se esfuerza
por encontrar alguna filiación entre Aguéev y otros escritores rusos que lo precedieron.
Encuentra una rala semejanza con Andrei Biélyi, pero no la convence. Tal vez no
es necesario esforzarse tanto en un libro atípico para aquella época. Es un
texto devastador, virulento y cancerígeno, escrito por un judío ruso que expresa
los miedos y complejos de jóvenes quienes van a ser testigos de una revolución.
Es un texto de complejo análisis extra textual que puede mover o remover
conductas disipadas.
¿Es acaso Aguéev un héroe romántico que se sumerge en
Vádim Maslenikov para
interponernos las voces de los desamparados, de los pobres y de los
cocainómanos que recorren un mismo escenario mientras Rusia deja de ser zarista y adopta la senda revolucionaria? Ahora sabemos
que el autor era un judío ruso que nos inyecta parte de ese antisemitismo que
los mismos judíos sentían hacia ellos mismos (basta recordar la excelente escena entre Stein y Burkevitz).
Jóvenes cocainómanos que
se reúnen y se enseñan la manera de aspirar, héroes revolucionarios, el
judaísmo que convive entre adolescentes
con asomos de antisemitismo. Un antihéroe como Vadim (o tal vez un héroe) no alcanza parte de su desarrollo, no tiene
padre, es repulsivo, detesta a su madre-
“está pueno” le dice, tratando de imitar su pronunciación defectuosa- , nos
cuenta su historia dividida en tres partes: El instituto, Sonia, Cocaína. Cada
parte de la novela avanza compulsivamente mientras vemos la manera como Vadim
se va degradando. Vadim sufre por una mujer casada. El héroe busca dinero, roba
a su madre, se cruza con una mujer joven a quien lleva a un hotel y la
corrompe. Novela con cocaína es eso y unas cuantas líneas escritas con sangre,
angustia y al borde del colapso.
Mientras sigo pensando en cómo la novela ha sido un misterio
y un gran reto para el mercado editorial. Me imagino en la manera en que le
temblaban las piernas a Vadim. “¿Hay algo de cocaína?” Pregunta a Hirgué (su
dealer). No obtiene respuesta, pero Hirgué está ahí, le habla y todo lo que le
dice le causa gracia. Cada palabra de Hirgué está en su propio interior y
ahora empieza a ser un eco que martilla los escasos recuerdos
positivos y cada imagen alegre de su infancia. ¿Es acaso la “bajada” de los
efectos de la cocaína? No, aún no llega. Siente entonces un nudo de voces agudas, es un grupo de niñas tuertas
que le preguntan qué es el deporte y para qué sirve. Se da cuenta que está en
medio de un aula de clases en dónde él es el profesor. Cada respuesta suya le genera alegría y cierto placer. Habla
como un revolucionario y como un humanista, pero al poco tiempo se da cuenta de
su estupidez. Vadim, ahora si se inicia la “bajada” y tus amigos te han dejado
solo para que la afrontes. Estás solo mientras tu madre te busca por cada bar
miserable de Moscú. Sí, tu madre, aquella mujer que te llamaba: “Vadichka, hijo
mío”, aquella mujer de quien te avergonzaste cuando fue a entregarte unos
rublos para que pagues la mensualidad del instituto y a la que luego permitiste que tus camaradas la llamen
“payaso con enaguas”, y mientras ellos se reían de tu madre, tú también te
reías de ella. Ahora está muerta por tu culpa y en el sanatorio nadie te da
hospedaje. Oh Vadichka! ¿A qué hemos
llegado?
Rubén Javier. Lima- Perú,1986. Bachiller en Literatura Peruana y Latinoamericana, director de Librería Rashomon, promotor cultural, docente y asesor en auditorías en tema de educación. Sus artículos y reseñas han sido publicados en Lima Gris, La voz liberal del Perú y Periódico Irreverentes (España). Actualmente dirige una revista virtual, una librería y elabora su tesis de Licenciatura sobre Otras tardes de Luis Loayza.
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