Lo necesitas por salud mental. Estás listo para escaparte de la rutina y olvidarte de Nueva York. Una vez al año te viene bien cambiar de aire, expandir tus pulmones y perder tu vista en otro horizonte. Sabes que tu reemplazo te odiará en secreto la semana entera porque será él quien tendrá que comerse la bosta que tú digieres cada jornada. Pero no te importa.
Estás en la tierra del Mayor Richard Winters, veterano de la Segunda Guerra Mundial y líder de la Compañía Easy, que desembarcó en Normandía, resistió en Bastogne y capturó el Nido del Águila en Berchtesgaden.
Recorres el mágico mundo de Hershey. Descubres un pueblo completo, con escuela, universidad, centro médico, parque de diversiones, estadio, coliseo, zoológico y negocios girando en torno al chocolate. Te percatas que cuando estás trabajando te cansas menos que cuando sales de vacaciones. Comprendes que nunca es tarde para descubrir las ironías de la vida.
Constatas que, efectivamente, el paisaje circundante es diametralmente opuesto a lo que sueles ver en tus días urbanos. Inmensas praderas, atravesadas por colinas llenas de árboles y planicies con el pasto delicadamente recortado, te regalan un espectáculo verde absolutamente sobrecogedor. No puedes reprimir cierta envidia al contemplar a los amish, el enigmático grupo religioso de origen judío, conformado por varones barbados y patilludos y damas obsesivamente recubiertas de holgadas ropas, manejando sus carretas tiradas por caballos en plena autopista o surgiendo de entre la hierba mientras cosechan los frutos que siembran. Admiras su abierto desprecio por los adelantos tecnológicos de la vida moderna, aunque en el fondo sabes que eres demasiado superficial como para llevar una vida consagrada a la naturaleza.
El 4 de Julio, día de la independencia, te agarra en Gettysburg, escenario de una de las batallas cruciales de la Guerra Civil americana. Hombres vistiendo uniformes de la Unión y la Confederación; mujeres luciendo faldones, parasoles y botines; voluntarios fingiendo de médicos en tiendas de campaña, explicando cómo amputaban las extremidades de los heridos con técnicas de carnicero a falta de tiempo y recursos para mejores cuidados; son detalles que recrean fielmente el ambiente de aquellos años. Te dejas envolver por el espíritu cívico y te tomas una foto con Lincoln. El agobiante calor y el intenso olor a hot-dog no te permiten recordar las palabras exactas que pronunció el ilustre presidente en su discurso al final del conflicto, pero tampoco puedes reprimir la sospecha de que, pese a las constantes repeticiones en ceremonias oficiales, son principios que los ciudadanos de este país no se empeñan precisamente en aplicar a la práctica cotidiana.
De regreso al hotel encuentras en la recepción un folleto que no habías visto antes. Se te para la respiración. No es un club de strip-tease ni una excursión de aventura. Tus aficiones no van por ahí. Es, lógicamente, una biblioteca. No, no, no. Es una librería. Espera, mira bien. En realidad es una feria de libros. Gigantesca, majestuosa, antigua. ¿Dónde? En Harrisburg, a 45 minutos de distancia. “¿Alguien viene conmigo?”, preguntas ingenuo. Mmm…No esperes milagros.
A pesar del GPS, te pierdes. No es raro, conociéndote como te conoces. Pero estás resuelto a encontrar tu oasis en el desierto. Finalmente llegas. Por fuera parece un edificio insignificante, totalmente olvidable, que puede pasar incluso desapercibido. Pero cuando cruzas la puerta doble de vidrio y pones tu humanidad adentro, te das cuenta de que has encontrado un lugar fascinante. El espacio donde te sientes por un instante miembro de la raza humana. Parado en medio de tantos libros, te sientes como un adicto que cayó de pronto –y de nariz- en el centro de una montaña de cocaína.
Después del primer vistazo general, comprendes que tus cálculos de tiempo quedarán irremediablemente cortos. Sabes al olfato que ésa es –o debe ser- una visita de al menos un día entero. Pero tú cuentas sólo con 1 hora como máximo, pues tu familia te espera para salir a cenar juntos.
Son demasiados títulos de arte, historia, humanidades, ciencia, tecnología, estudios sociales, literatura infantil, deportes, cocina, viajes, humor, etc. Entonces planeas tu estrategia. No puedes devorar cada libro que ves a tu paso. Tienes que ser selectivo y tomar tus buenos riesgos.
Avanzas por los pasillos y te deslizas sigilosamente entre los estantes. Empiezas a tomar contacto con ciertas piezas de arqueología literaria. Una de las primeras ediciones de “Mi lucha” de Adolfo Hitler, consigna sobre su tapa una breve declaración del editor (contrario al espíritu nazi) en la que sostiene con orgullo que “no le paga regalías al autor”. A su lado encuentras una sección completa de libros dedicados a la historia afro-americana de los Estados Unidos, donde los protagonistas sobresalientes –en textos e imágenes- son, sin duda, Martin Luther King, Malcolm X y los oficiales blancos encargados de ejecutar la brutalidad policial de la época.
Con cuidado bajas las pequeñas escalinatas que te conducen a una bóveda subterránea cubierta por libros impresos en diferentes idiomas, que abordan la cultura, religión e historia de innumerables y remotos países del planeta. Esos tópicos no te entusiasman mucho, así que subes de nuevo y cruzas la sala principal para seguir tu camino hacia los corredores del segundo piso. Sientes como si estuvieras conociendo muchos edificios dentro de uno solo. Cada ambiente presenta una decoración distinta. En el trayecto hallas tratados de cine y teatro, enciclopedias con fotos inéditas, afiches de películas clásicas, revistas con entrevistas a Hitchcock y Kazan. En medio de ellos, poemas de Bertolt Brecht.
Si te provoca tomar un poco de aire y contemplar la vista de la ciudad capital del estado de Pensilvania, puedes coger el libro que quieras y ocupar una de las graciosas mesitas del balcón. O puedes llevar tu laptop al rincón que prefieras (suelo incluido) y pasarte el día entero escribiendo lo que sea, revisando tu Facebook o mandando Twitters alrededor del orbe. Nadie te va a molestar ni apurar.
El tiempo, sin embargo, corre. Por lo que debes apresurarte si quieres ver la sección de novelas. Vaya, tienes a todos tus ídolos en los anaqueles. No se olvidaron de ninguno. Hasta “El pueblo y la ciudad”, la primera historia publicada por Kerouac, el padre de los Beat, aunque es un mamotreto de 500 páginas, aparece como una pieza relevante en el firmamento. Y en los estantes de poesía, Vallejo y Heraud emergen gloriosos. Esto sí que es una rareza, te dices, considerando que ni siquiera en el Perú los ubican en sitio de tanto privilegio.
Ha llegado, entonces, el momento del café. Te acercas a la barra y pides un capuchino. De acuerdo al anuncio de la pizarra, descubres que el café con que preparan tu orden es peruano también. No te lo esperabas, pero si querías sorprenderte, pues sorpréndete bien, mi hermano. El barman se muestra tan amistoso y servicial, que no te incomodan sus avances homosexuales. Por el contrario, inicias una amena charla con él. Y descubres que el tipo (simpático, de poco pelo) es una abundante fuente de información. La librería, biblioteca o feria de libros –como quieras llamarla- es un espacio arquitectónico en forma de caverna (otrora mansión perteneciente a una acaudalada familia de Harrisburg), que recoge más de 100,000 libros de segunda mano, ediciones artesanales y libros de texto. El edificio, con un área superior a los 10,000 metros cuadrados, alberga la colección más grande de libros usados entre Nueva York y Chicago. Durante las noches se celebran una variedad de eventos y actividades comunitarias, como recitales de poesía, presentaciones de libros, lecturas públicas y conciertos de música clásica, sin dejar de mencionar las permanentes exhibiciones de pintura.
Si nada de eso te interesa, puedes simplemente tomar asiento donde te plazca (tienes sillas, bancas y sillones por donde quieras) y dejar pasar el tiempo. A lo mejor conoces a otro solitario como tú y terminas compartiendo algún juego de mesa con él (o ella). O quizás te sientas tan emocionado que acabes comprando un libro sólo para expresar tu gratitud por el delicioso momento de placer recibido. No importa cuál sea tu elección, te aseguro que será algo bueno. Como ese ejemplar de las “Novelas cortas de los maestros”, que incluye obras de Kafka, Joyce, Dostoyevsky, Flaubert, Chejov, entre otros. O esa particular biografía de Kafka (ya que lo mencionas) en la que se echa por tierra la famosa teoría de que el escritor praguense no estuvo nunca interesado en publicar su trabajo (y por eso quemó todo, hasta que apareció su amigo Max Brod a rescatar lo que luego se convertiría en literatura universal) y más bien no sólo se afirma sino que se prueba con cartas, piezas de sus diarios y otros documentos personales, que durante toda su vida luchó denodadamente para que sus textos fueran editados y reconocidos.
“Midtown Scholar Bookstore” es el nombre de este fantástico lugar. No lo olvides. Si eres escritor, o fanático de la literatura, márcalo con rojo en tu agenda para tu próximo viaje a Pensilvania. Te sentirás tan extasiado que treparás corriendo más rápido que Rocky las 72 gradas de la entrada lateral al Museo de Arte de Filadelfia. No te arrepentirás, aunque tu familia te ponga presión para que no pierdas el sentido del tiempo y vuelvas pronto con ellos.
Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista peruano. Autor de las novelas: “Los quehaceres de un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos” (2013) y el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (1994). Actualmente vive en Nueva York y colabora con revistas de España (Periódico Irreverentes de Madrid y Pandora Magazine de León) y Perú (Lima Gris y Contra Estudio), entre otros temas, escribiendo artículos sobre cine clásico.
Si voy a USA prometo acercarme; me gustó leer lo de Kafka pues uno de mis libros favoritos es su La metamorfosis. Un saludo, Fernando.
ResponderEliminarTendré en cuenta Fernando ese viajecito pendiente para escaparme de la rutina de NY.
ResponderEliminarMe agradó la fluidez y la vorágine temática