Lecturas de La Costa de los Mosquitos, de
Paul Theroux.
No vayas a mi tumba, yo no estoy
allí.
No vayas a mi tumba, yo no
duermo.
Soy como un millar de vientos que
soplan.
Soy como el brillo de un diamante
en la nieve.
Soy como el calor del sol en los
frutos maduros.
Soy como la delicada lluvia de
verano.
Soy como el tierno y dulce
amanecer.
Soy como el vuelo rápido de un
ave.
No vayas a mi tumba, yo no estoy
allí.
No vayas a mi tumba, yo no morí.
(MI PADRE)
Desordenar los párrafos de la Biblia para reordenarlos de
acuerdo a sus impulsos es el primer quiebre de un Padre que alienta una fe
contraria. Y es que Allie Fox obedece a un impulso que es contracorriente, que
nace de una esperanza que desconfía de lo que fluye en su realidad con
determinación. Detesta, siempre, ser inducido. Anhela cincelar su camino,
enfebrecidamente. Y arremete contra toda Autoridad, incluso la burla, cuando
por ejemplo su vástago es sorprendido en las horas escolares fuera de la
escuela, y urde una procaz respuesta para el oficial de policía: “Porque tiene una infección de hongos”. Desde el inicio del texto
queda fuera de dudas que Allie Fox no es un depositario ni profeta único de esa
ideología contradictoria, sino que en ella han de adoctrinarse también sus
hijos, como una futura consecución de su novísima fé.
Para encarar el “invento no terminado”
que es el mundo, no son idóneos la suavidad o el disimulo que ofrece el “manual
de reparación” bíblico. Urge una abrogación que no sea reparadora ni que
soliviante, se necesita una fuerza y lógica que desmientan a la fallida
creación divina y a sus inconsistencias o pocos creíbles intentos de retracto.
Si la Divinidad
falló en la conformación de la existencia, no hay tiempo para permitirle una
segunda intervención sobre escena, la oportunidad para la enmienda le debe ser
negada desde que nunca se ha manifestado debidamente y sólo la conciencia de
Allie Fox, develando su imperfección ha sido la que se ha erigido. La fe, antes
de él, es creer en algo que se sabe que no es cierto, por lo que Allie Fox en pleno raciocinio se sabe cercado
por la maledicencia de la sociedad convencida, como en un decadente círculo que
codicia su trascendencia.
Y la realidad palpable que Mr. Fox contradice, y
que es el punto álgido para su blasfemia, es la sociedad representada por un
facilismo que da apariencia de bienestar: la propagación de la felicidad. La
felicidad que hábilmente puede ser lograda en los oportunismos improvisados de
la vida moderna, que compulsivamente obedece al consumismo a grandes escalas y
que es parida en masa y con urgencias
No sólo el texto bíblico es un mal recetario para
afrontar la imperfección de la realidad, sino que la gran figura de Cristo es
tratada como la de un simple engaña muchachos, un soliviantador que la posterga
pero que no la cura. Una imagen que ha sido implantada, con temor y fe de
siglos, en la mente atribulada del ser humano, y por lo tanto capaz de hacer
que su primogénito Charlie confunda a un
simple espantapájaros con el Hijo de Dios, y al palo sobre el cual unos
campesinos han colgado al mamarracho descosido con la Santísima Cruz.
Confusión que Allie, como novísimo y
autorizado profeta de la desconfianza y propulsor de la actividad, aprovecha
para cerrar filas en contra del adormecimiento que provoca el nuevo orden, el
de la mortalidad: “Buitres… Cristo es un
espantapájaros”. Por lo tanto la vía
aleccionada para no caer fuera de la propia mano de Dios, para mantenerse en
sutil contacto con su espiritualidad: la oración, es sinónimo de imposibilidad,
de desidia y hasta de haraganería en medio de una realidad informe, realidad
que debe desconcertar al hombre y no distraerlo, pues su satisfacción no debe
pasar por confiar su vida a una inseguridad que acomete y que es la
característica principal de la creación de Dios en el texto de la historia: “ Si Dios no hubiera descansado el séptimo
día,…, quizá habría terminado el
trabajo. ¿Nunca se le ha ocurrido pensarlo?...Ud. ha decidido ir a la
iglesia…curioso lugar para ir; si se tiene en cuenta el estado en que está el
mundo y cómo llegó a estar así. El séptimo día, Dios se marchó de la
habitación, ¿Por qué va usted a cometer tan perezoso error?, ¿Para qué rezar cuando podría estar
construyendo una cabaña como ésta? Prédica que no simplemente imparte sino
que urge demostrar, que su oficio es capaz de lograr revertir lo aparente por
algo nada milagroso y más al alcance, reemplazar la dación del maná por el
auténtico logro del esfuerzo, enseñando a los discípulos de la mortalidad, sus
pequeños hijos, la forma de hacerle frente a las imposibilidades, he aquí una
conversación entre Charlie, su primogénito y Emily, la primogénita de un
predicador bíblico : “ Mi padre es un genio-dije
yo; Será lo que quieras, pero ¿qué hace?; Puede hacer hielo con fuego. Yo lo he
visto; ¿Y para qué sirve eso?; Es mejor que rezar-dije yo”.
El cielo y el infierno, entonces, adquieren una
característica contraria y hasta disminuida con respecto del nuevo orden de la
laboriosidad que hay que apurar sobre la realidad a medio hacer. El cielo es
detestable porque se prefigura como un calmante vacío y sin sentido y el
infierno existe como castigo en cuanto no sé haga nada por remediar la creación
de un Dios que simplemente ha escapado antes de acabar con su tarea. “Cubridme-dijo-. Nos hizo mover el toldo
para no ver a los buitres que nos seguían. Y dijo que odiaba el cielo vacío.-Si
estuviera en la cárcel, jamás miraría por la ventana”. Para escapar del
encierro, de la imperfección e inestabilidad que lo condicionan, no hay que
mirar al cielo para evaporarse en él, pues la conciencia que aguijonea es
física, la necesidad del cuerpo que la provoca y permite es de una languidez
terrenal, pero propia, reconocible después de todo y sobretodo gobernable. “El infierno es aquello que uno no puede
obtener”. Imbuido hasta en su
mismísima corteza cerebral por ese fuego que lo alienta, lo inspira y no
lo inmoviliza, será capaz de desafiar la inhospitalidad de la jungla y de sus
habitantes sorprendidos por el milagro que logra la desmitificación, una
máquina alentada por el combustible del mismísimo infierno, el fuego, y que
contraria a quien la solventa pare cubos de friísimo hielo. “Y lo gracioso del fuego infernal es que es
imaginario. ¡Pero Niño Gordo, no! Lleva dentro más veneno que un siglo de
infiernos”.
La figura de “Niño Gordo” en la historia es
necesaria para contraponerse al ser humano como creación imperfecta de Dios, la
conformación de una máquina cuyo combustible es el fuego fatuo y cuyo fruto es
la oposición de aquél, el hielo sólido y convincente no es una casualidad,
representa una creación antinatural, la de Allie, el hombre, el nuevo Dios, una
contradicción en el que el espíritu de la nueva divinidad se ensalza y regodea.
Aquí una descripción de esa máquina, que conlleva la contraposición, por parte
del principal depositario de la nueva
fe, Charlie, el hijo mayor de Mr. Fox: “…Reconocí
lo que vi. Aquello no era un vientre. Era la cabeza de padre, la parte mecánica
de su cerebro y los vericuetos de su mente, igual de fuertes, de enormes, de
misteriosas…Todo estaba tan bien ajustado, tan bien remachado, tan
cuidadosamente dispuesto…” Podríamos decir que el nuevo Creador ya había
implantado la semilla de disconformidad, bien escindida en la conciencia de sus
más cercanos seguidores, no tuvo que fraguar casi nada para fundar la nueva
ideología: “El hombre surgió de un mundo
defectuoso…El cuerpo humano está mal diseñado. La piel no es bastante gruesa,
los huesos no son lo bastante fuertes…nuestra postura expone las partes más
sensibles del cuerpo, el corazón y los genitales…Tuve que hacerme inventor…era
demasiado débil para vivir de cualquier otra forma…”
Queda, entonces, trazado definitivamente en el
texto, el espíritu de un novísimo orden, uno que sobrepasa con suficiencia
incluso al de la temporalidad, y que es la contracorriente. Un avance
enceguecido, múltiple y totalizador, a la manera de un aparato extractor o en
el mejor de los casos en una conciencia aniquiladora de lo aparentemente
“correcto” o dado por “cierto”, que no perdona nada a su paso, mientras
conduzca “a cualquier sitio,…siempre que
fuera contra corriente”.
Es un nuevo actor, corregido y catapultado, sobre
una escena que ha sido desmentida y sobre la que urge reconstruirla a imagen y
semejanza de sus demandas y propias satisfacciones. “…Su reino no es de este mundo, Reverendo. El mío, sí.” “Que Dios le
perdone” “El hombre es Dios”.
Luis Vásquez
Coronel. Abogado de profesión, docente universitario y escritor. Nació en
Chimbote y vive cerca de 10 años en Piura. Ha publicado el poemario
"Orgasmina" (Baile del Sol, 2006) en España, la novela Cerro Pilán,
una carretera de ovnis ( Dragomoche, Piura, 2008), un libro de poemas
"Poesía Reunida" (Dragomoche, Piura, 2011), un libro de relatos
"Navegante en Tierra y Otros Relatos" ( Dragomoche, Piura, 2013), y
un libro de poemas de temática piurana " La Ciudad" ( Dragomoche,
2013). Ha estrenado dos obras de poesía escénica: " Pasión de Manuela
Saénz y Alturas de Machu Picchu ( Piura, 2006). Y también ha escrito el guión
del cortometraje "El Polluelo", basado en uno de sus relatos,
estrenado en Piura en 2013.
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