Protocolo oficial
Escribe: Fernando Morote
Por sus estadios ultramodernos; por sus
excelentes servicios de hotelería, transportes y comunicaciones; por su
eficientísimo sistema de seguridad policial; y por muchas otras virtudes de
orden turístico, gastronómico y cultural, el Perú fue elegido unánimemente por
los miembros del Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Fútbol
Asociado como la sede para la más reciente Copa del Mundo.
Después de cuatro intensas semanas de
competición del más alto nivel futbolístico, a lo largo y ancho del territorio
nacional, el día del partido final, coincidiendo con la clausura del magno
evento, nuestro Estadio Nacional de Lima –majestuoso ejemplo de arquitectura y
funcionalidad- no resistía un cuerpo más sobre sus sólidas estructuras y
cómodas instalaciones. Desde muy temprano, a manera de despedida, hubo desfile
de los equipos participantes, coreografías desplegadas por guapas waripoleras,
erecciones inevitables en las tribunas y trompetas de la Guardia Republicana.
Después del Himno Nacional, cantado con
ferviente emoción, patriótica mano en el pecho, un señor bajito de semblante
subordinado subió al estrado. En el estrado se había acomodado una muchedumbre
de funcionarios públicos. El estrado se encontraba armado dentro del arco de la
Tribuna Sur. El señor bajito, sin perder un solo momento su semblante
subordinado, sacó la cabeza por entre las redes del arco, cogió el micrófono
con una mano y abrió las piernas. Camisa de bobos, terno cuete, el cantante de
boleros vomitó los frejoles al salir de la cantina. Un Ford del 52 convirtió el
vómito en tortilla.
—Señoras y señores —dijo el señor bajito, dirigiendo su mirada a
los cuatro costados del Estadio Nacional— Tengan todos ustedes muy buenas tardes.
“La Federación Peruana de Fútbol, cumpliendo con
el alto honor que le ha conferido la Federación Internacional de Fútbol
Asociado al confiarle la sublime responsabilidad de organizar el presente
certamen, que hoy llega a su fin, agradece vuestra cordial asistencia a éste,
nuestro primer coliseo deportivo, y les desea una feliz¼.una feliz...¡una feliz!
“A continuación los dejamos en la grata compañía
del excelentísimo Señor Ministro de Educación, Doctor Don Bienaventurado Pecho,
quien nos deleitará interpretándonos unas breves palabras de despedida. ¡Con
ustedes¼..y con nosotros¼..el excelentísimo Señor Ministro de Educación¼..para quien pido un fuerte aplauso!”.
Sólo se escuchó un aplauso en todo el estadio.
Uno solo. Uno. La muchedumbre del estrado dentro del arco hizo como si hubiese
escuchado una explosión portentosa de júbilo y se partió en dos para dar paso a
la aparición del Ministro, quien salió con los brazos en alto, agradeciendo
conmovido el recibimiento, e
inició inmediatamente una serie de ejercicios de calistenia mientras escuchaba
el silencio de las tribunas.
El Ministro era un hombre ancho, mitad
negro-mitad serrano, aún muchacho, de barba y lentes obtusos. Con mucha
solemnidad extrajo del bolsillo de su saco un papel asqueroso, todo arrugado, y
acercó sus labios al micrófono, sopló para comprobar que funcionaba, luego los
retiró, tosió dos veces por las puras sin taparse la boca, acercó los labios de
nuevo, y comenzó su presentación:
—Señor Presidente de la República¼¼¼.Señores Ministros de Estado¼¼¼.Señores
Alcaldes¼¼¼.Señores Prefectos¼¼¼.Señó¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼................”.
El palco oficial estaba frenéticamente vacío. No
había Presidente de la República, ni Ministros de Estado, ni Alcaldes, ni
Prefectos de ninguna parte. Nada.
“Señor Presidente de la Federación Internacional
de Fútbol Asociado¼¼¼.Señor Presidente de la
Confederación Sudamericana de Fútbol¼¼¼.Señor Presidente de la
Federación Peruana de Fútbol¼¼¼.Señor Presidente de la
Asociación Deportiva de Fútbol Profesional¼¼¼.Señor Presidente del Instituto
Peruano del Deporte......Señor Presidente de¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..de¼¼¼¼¼¼................................................................................
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.Presidente…………………………….. de¼¼¼¼¼¼....................¼¼¼¼¼¼Señor¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼Señor Presidente de¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼”.
La atención comenzó a dispersarse en las
tribunas. Un aficionado de la Tribuna Occidente comentaba:
—No es que sea inepto el
futbolista peruano, todo lo contrario, es uno de los mejores dotados
técnicamente en el mundo, pero no se puede negar que sufre el complejo de
inferioridad. Por eso fracasa cuando enfrenta al adversario extranjero, aunque
éste sea futbolísticamente inferior a
él.
—Es cierto –asentía otro
espectador, y agregaba:— Como
todos los males del Perú, éste también es un problema de educación.
El Ministro continuaba:
“Señor Presidente de la Asociación Nacional de
Periodistas Deportivos del Perú¼¼¼¼¼Señor Presidente del Gremio de
Reporteros Gráficos del Perú¼¼¼¼¼¼¼¼¼Señor Pres¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.........................................................................
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼ente¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼...................................
¼¼¼.rú¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.................
Ss¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼............... .”
El público empezó a manifestarse:
—¡Oye! ¡No seas contraproducente!
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui!
(silbidos)
—¡Acábala ya, perro!
—¡Bastardo!
“señores Árbitros¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señores Jueces de Línea¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..señores Jugadores¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼............
ores¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..señ¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼”.
La Tribuna Norte bramaba enloquecida:
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui!
(otros silbidos)
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui!
(nuevos silbidos)
—¡Fshuifshuifshuifshuifshuifshuifshui!
(más silbidos)
“¼¼¼señores Representantes de las
Fuerzas Policiales¼¼¼¼señores Enfermeros de la Cruz
Roja Peruana¼¼¼¼.señores Miembros del Cuerpo
General de Bomberos del Perú¼¼¼¼¼¼¼¼..po¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼...Nac”.
—¡Calla, mediocre de mierda!
—¡Cabrón, hijo de ramera!
—¡Muere, maldito!
—¡Insecto!
El Ministro impertérrito:
“señores Recogebolas¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼.res¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼..”
—¡Ese hombre está obnubilado!
—¡Métanlo preso!
—¡Pobre diablo!
—¡Concha tu madre!
Pero al Ministro los insultos le importaban un
carajo:
“señores Repu¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼................
¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼ados¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼………..
señor Espectador del Asiento Nº 6 de la cuarta
fila de la zona intermedia de la Tribuna Oriente¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señor Portero de la Puerta de
Ingreso Nº 4¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señores Vendedores Ambulantes¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼¼señores Perros Policías¼¼¼¼¼¼¼¼¼tengo el agrado de dirigirme a
ustedes para declarar clausu¼”.
El Ministro no pudo concluir su discurso; las
cuarenta y cinco mil almas que acudieron al Estadio Nacional de Lima con la
intención de observar el último espectáculo deportivo de alto nivel en muchos
años, pues el medio local nunca daría para tanto, se levantaron de sus asientos
y, profiriendo gritos salvajes de batalla, sacaron de sus bolsillos armas y
proyectiles de última generación, descargando al unísono toda su artillería
contra el Ministro, quien recibió en su pecho balas, granadas y misiles de todo
calibre y envergadura, sin dejar de mencionar que los espectadores de las
tribunas populares cumplieron con arrojarle, ajustándose a sus posibilidades,
piedras de distinto corte, botellas vacías, botellas llenas, bolsas con orines,
zapatos con hueco, y pollos verdes también. Un cohete lanzallamas proveniente
de la tribuna preferencial terminó por cercenar y calcinar la cabeza del
Ministro, mutilando sus brazos y piernas, las cuales se desmoronaron sobre el
campo de juego, completamente carbonizadas. Igualmente las cabezas, brazos
y piernas cercenadas, calcinadas y
mutiladas de la muchedumbre de funcionarios
públicos que lo acompañaba, fueron a parar sobre el punto de penal,
formando dentro del área una ruma de cerebros y extremidades inservibles.
Más desahogado que satisfecho, el público
regresó a ocupar sus butacas sin otra opción que esperar. El partido final, con
el cual se clausuraba la magnífica Copa del Mundo celebrada este año en los
maravillosos estadios peruanos, fue suspendido durante media hora. “Para
limpiar los escombros de la cancha”,
según explicó el anunciador oficial a través de los altavoces.
Extracto de la novela Los quehaceres de un zángano de Fernando Morote.
Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeennnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn Escritor!!!!!
ResponderEliminareXCELENTE CRONICA !!!!!
Soy deportista acérrima, adicta al gym , me levanto a las 4:am para escribir y luego parto al gym
ResponderEliminarAprendí a leer a los tres años con mi papá en las páginas de deportes, fútbol y caballos.
Acompañaba, apostaba desde chiquita y al fútbol, con mi papi de la mano.
En secreto, contaba al oído las mañas de los preparadores de los competidores.
Yo fui una falla . Me incliné por ell ballet.